... luego de leer –al cerrar el libro y volver la vista a la habitación– la realidad ha cambiado sin dejar de ser la misma.
La universidad es el tiempo que se va –gratuito– en la escucha atenta, respetuosa y agradecida. La universidad es el diálogo...
La vida es aprender a vivir la vida, vivir el tiempo –los momentos, las cosas, las personas– hasta sacarle chispas.
Ritual atávico el del cuerpo, ceremonia del amor. “Un método primitivo de poner los espíritus en contacto, de comprometerlos”.
El mundo se derrumba y los jóvenes no reniegan de sus sueños. La pandemia no solo destapa la podredumbre...
De manera misteriosa nos interesa contemplar el dolor de otro. Quizá nos preparamos inconscientemente...
Hace algún tiempo leí una entrevista de Vila-Matas en la que confesaba que Doctor Pasavento era su mejor novela. Los que lo han leído conocen su inusual talento...
Huyendo del cráneo
Tengo fe
Breve odisea a partir de ‘La Odisea’
Cánones
Lecturas 2018 (II)
Lecturas 2018 (I)
¿No será que la “dignidad” y los “derechos humanos” terminen por matarnos a todos? ¿Cuál es el límite de una mentira? O, más bien, eso espero, ¿cuáles son las orillas de una verdad?
Silencio y banalidades
“En un lugar de (Quito), de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un (…)” columnista con una astilla clavada desde junio.
el nuevo artículo de Carlos Piana Castillo. Relájate. Pon el celular en silencio. Baja la música. Así que vas a leer, qué bien, qué bueno.
Escribía Inciarte que el arte contemporáneo (se refería entonces a los tres primeros cuartos del siglo XX) era la metafísica contemporánea.
En estos días finiquité mi tesis del máster sobre el cuento de Borges: El Aleph. Les quería compartir una reflexión sobre el poema (La Tierra) que escribe Carlos Argentino a lo largo de la narración.
Confieso que soy nostalgia, estoy hecho de ella. No es que haya tenido que recurrir a un corte para saberlo, sangrar un líquido cálido y cristalino, quizá del color de una vieja fotografía familiar que se ha vuelto opaca.
No me refiero a las propuestas por san Agustín en su conocida obra, si bien escribiré de ciudades que, según el momento y el ojo que las contempla, son terrenales y divinas.
De repente algún lector (por suerte son los menos) olvida que esta es la sección de opinión y no la de “verdades”.
Hace unos días acompañé a unos chicos de trece y catorce a una actividad organizada por su colegio.
Tengo que confesar que me molesta la pedantería moderna de creer que cada descubrimiento o afirmación de un contemporáneo es de hecho mejor que todo el cúmulo de conocimientos del pasado.
Los artistas son los auténticos realistas. (Pero no me apuro, luego saltarán los que dicen que el arte no se trata de copiar, que no es una fotografía, etc.;
“Hay algo más terrible y maravilloso que ser devorado por un dragón; es ser un dragón. Hay algo más extraño que ser un dragón: ser un hombre.”
Sin duda una de las acusaciones más tristes hacia la literatura (y el arte) es que no interesa (o es falsa, mentirosa) porque es ficción.
Pensando sobre qué escribir en este mi artículo número cincuenta, recordé cuando intenté convencer a un amigo para que leyera Anna Karenina de Tolstoi.
En la primera parte de esta serie de artículos concluí señalando que los artistas experimentan la realidad (concepto aún oscuro) de manera “amplia”, según dijo Le Guin.
¿A qué llamamos realidad? Se ha discutido mucho esa palabra a lo largo de la historia. Desde la inaccesibilidad a la realidad primigenia postulada por Kant (aferramos el fenómeno, no el noúmeno)