Hace unos días acompañé a unos chicos de trece y catorce a una actividad organizada por su colegio. En principio fue lo “típico”: deporte, chistes, comida. Digo “en principio” porque usualmente el deporte que más se juega es el fútbol y, en este caso, fueron las “escondidas”. Los chistes, lo de siempre, salvo alguna mención a un youtuber que ignoraba. Lo realmente distinto, lo que me trajo a estas líneas, fue lo referente a la comida.

Plato de entrada: “un” pedazo de pizza. Lo reconozco, me quedé con hambre aun sabiendo que habría segundo plato. Inmediatamente advertí a los chicos, jóvenes y lógicamente (o eso creí) hambrientos, que tranquilos que habría más. Entonces empezó todo. “¿Segundo plato?”, “¿hay más?”, “ya estoy lleno”. Digo: tienen trece-catorce años y no es que participaran para Miss Universo Jr. o algo por el estilo. Bueno, algo sorprendido, respiré y me dije que quizá era yo el desesperado. Acto seguido llegó el segundo: pollo apanado, papas fritas y vainitas. Me froté las manos pensando que eso de que estaban llenos se esfumaría ante las adictivas papas fritas. Primer chico: cortó un pedazo del pollo, se sirvió las vainitas y unas cinco papas, no más. Está bien, estaban llenos después de todo. Siguiente: no se sirvió pollo, sí las otras dos opciones (igual unas cinco papas). Así, le llegó al tercero y al cuarto (éramos cinco en la mesa), no optaron por el pollo ni por las papas fritas: únicamente vainitas. Aguanta, pensé, ¿qué está pasando? Y sí, no querían las papas porque estaban llenos y “gordos” (así dijo un escuálido y típicamente deforme adolescente). A mis veintitrés era claramente de otra generación. ¿Desde cuándo un imberbe, luego de hacer deporte, se llena con un pedazo de pizza y opta por unas legumbres antes que unas papas fritas? Además, ¿desde cuándo los chicos comen con gusto legumbres? ¿Qué es lo siguiente: vainitas al vapor en lugar de canguil en el cine?

Pero bueno, el artículo no trata de esa cuasi traumática experiencia (y eso que sí me gustan las vainitas). Es evidente que hay una gran preocupación por el tema de las dietas. Que engordo, que las nueces dan cáncer, que si no como aguacate en el trabajo me da depresión, etc. Y está bien, nadie quiere morir ni tener cáncer. Otra cosa es pensar para qué quiero vivir, es decir, para qué quiero vivir tanto, qué gigantesco plan tengo que necesito estar sumamente saludable.

Una persona sana, fit, se nota a la distancia. Podría pensar que su dieta ha sido efectiva, se ve. Me pregunto: ¿Es menos importante la inteligencia que lo visible del cuerpo? El “mal físico” de la inteligencia tal vez no se vea a la distancia, pero sí a la primera palabra. Si hay tanta preocupación por qué ingiere uno, ¿por qué no pensar lo mismo con la inteligencia? Hay poco tiempo, ¿por qué no ver una “buena” película antes que la primera en Netflix? Existe IMDb y Rotten Tomatoes, existe la “buena” literatura en contraste con los best sellers.

Lo que le sucede al cuerpo descuidado, le sucede a la inteligencia descuidada.(O)