Que ciertos libros son infinitos es una perogrullada. La sola Odisea ha engendrado bibliotecas de artículos, ensayos, estudios críticos, representaciones cinematográficas (recordemos a Homero Simpson como Odiseo), y eso sin mencionar las diversas reescrituras de la obra. ¿Cómo imaginar el Infierno dantesco sin el canto XI? Quizá Los piratas del Caribe no sea la obra cinematográfica de más calado del siglo XXI, pero sin Homero sencillamente no existiría. Si algo mantiene con vida la obra es su ser elocuentemente ficticio. Pocas obras tratan con tanta intensidad y problematizan con tal confianza la relación ficción-realidad como La Odisea o (luego) Don Quijote (comentario aparte para la quijotesca Emma Bovary).

La ficción no es solo un dulce sustituto de la realidad, con frecuencia (y en contraposición) es una realidad más real, un trozo de la realidad más certero, un mapa de la realidad más afinado. Cartarescu en su extenso diario-novela (Solenoide) nos enfrenta al dilema de todo escritor, a la preocupación de todo recreador de la realidad: ¿qué es, primero que todo, la realidad? “Mi pánico ha procedido siempre del hecho de que no sabemos cómo es el mundo, de que no conocemos sino su rostro iluminado por los sentidos. Conocemos el mundo construido en nuestra mente gracias a los sentidos, como cuando construyes la maqueta de una casa bajo una campana de cristal. Pero el mundo enorme, el mundo tal y como es en realidad, indescriptible incluso a través de los millones de sentidos abiertos como anémonas marinas en el flujo incesante del océano, nos rodea por todas partes y tritura poco a poco nuestros huesos en ese abrazo”.

Pocas obras tan adheridas a la realidad como El señor de los anillos (hija, por supuesto, de Homero: la vida como viaje o “aventura”, el “audaz” Bilbo con sus acertijos como Odiseo, la nostalgia del hogar en un mundo plagado de monstruos, la esperanza infatigable). La mirada del autor a la realidad es una mirada intensa, ojalá que desinteresada, que vuelve una y otra vez a las cosas. “La tarea que estoy intentando llevar a cabo es, mediante el poder de la palabra escrita, haceros oír, haceros sentir; es, ante todo, haceros ver,” recordaba Conrad. Eso nos da alas para la siguiente reflexión: la ficción es una invención.

Algunos parten de allí para desestimar el arte. Se refieren a la “invención” como una mera manera de mentir, de obviar la realidad. No interesa porque es una mentira, porque al serlo no sirve en el supuesto mundo real. El que sea una mentira es otro tema (pensemos en el ensayo de Vargas Llosa: “La verdad de las mentiras”). Pues bien, acudamos a la sacrosanta RAE a ver qué nos dice sobre la invención: “Hallar o descubrir algo nuevo o no conocido.” Inventar no es mentir, no es generar mundos que corren paralelos al nuestro; es, contrariamente, hallar el nuestro. La escritura rasga el velo de las apariencias. Shakespeare ni Dostoievski crearon (=de la nada) el corazón humano, lo inventaron, lo descubrieron con todos sus abismos, sus cumbres, su sangre y sus ventrículos.

Toda escritura es odisea. (O)