“En un lugar de (Quito), de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un (…)” columnista con una astilla clavada desde junio. Me refiero a una carta publicada en El País de nombre “Cervantes, desenmascarado”. Mencionaba en resumidas cuentas que los CDR y un grupo de jóvenes suspendieron una ponencia sobre Miguel de Cervantes en la Universidad de Barcelona. “Menos mal que alguien actúa como es debido”, acotaba el autor. ¿La razón? “Unos fascistas encubiertos que querían rendir pleitesía y culto a su mentor”. Claro, se referían al ultraderechista, conservador, soñador, vago, iluso y fascista de Cervantes. Me sorprende, incluso, que no le hayan anegado la página de Twitter con improperios y frivolidades. Claro, es que Cervantes no ha muerto, no es del siglo XVI. Claro, es que no escribía con corrección política. Claro, es que Cervantes era ante todo, a lo mejor únicamente, un fascista, ni más ni menos. No era un gran escritor, el padre de los novelistas, el juego intermitente de realidad-ficción, el parodiador. Claro, es que Cervantes se pasaba las tardes con Nietzsche y luego tomaba un café con Hitler. Y es que claro, el tiempo es tan vacío como el concepto de fascista. Palabra que bien podría designar un plato de comida, tanto se ha malogrado el término. Qué arrogancia (¿o audacia?) encuadrar a alguien con cinco siglos de distancia. Pero no seguiré en esa línea, el chiste se cuenta solo.

Esos chicos se han imposibilitado la felicidad. Ya decía Borges que la literatura era una de las formas de la felicidad. No sé si se podría calificar hoy de fascista, por alguna que otra afirmación, a Cervantes. Lo que sí sé es que Cervantes era mejor escritor que fascista. Y si la literatura tiene algún valor, lo tiene precisamente por lo literario, por ser lo que es, no por sus materiales. “Por su naturaleza, la literatura sirve de poco a no ser que sirva por sí misma”, puntualiza Flannery O’Connor. La literatura no es mejor literatura por sus temas, por sus ideas de “fondo”. La literatura-panfleto apenas es literatura, si lo es. A eso, a lo literario, al placer (estético, intelectual), es a lo que se han cerrado en Barcelona.

Esa mentalidad egoísta, aldeana, de espíritu pequeño (los auténticos dogmáticos, dice Unamuno) se incapacita para la felicidad. Esos que se aferran a una cara de la moneda sin querer verla en todo su esplendor, con todas sus caras a la vez, dando vueltas sobre su propio eje en el aire. Qué importante ensayo el de Leonardo Valencia (Moneda al aire). Y digo más: esa triste mentalidad se queda con las abstracciones, sus abstracciones, y olvida la realidad, la cosa en sí, que es la realmente valiosa. Lo literario por lo literario. Ya dijeron los antiguos que lo bello exigía contemplación. Tus ideas dan igual, la realidad no.

“El desagrado que siento por quienes reducen una obra a sus ideas. El horror que me produce el ser arrastrado a lo que se llaman ‘debates de ideas’. La desesperación que me inspira una época obnubilada por las ideas, indiferente a las obras,” escribía Kundera en El arte de la novela. (O)