Solenoide es infinito. Pocas veces me ha deslumbrado tanto, con tal altura y creciente profundidad, una novela. Pocas veces se ve tal valentía, tal esfuerzo, tal intensidad en la búsqueda del sentido como en Mircea Cartarescu. Eso sin olvidar que, como dijo Jaccottet, “Il n’est pas de poésie sans hauteur” (“No hay poesía sin altura”). El rumano entrega incontables momentos de éxtasis estético, del uso preciso de una palabra, de oraciones como cuidados eslabones de colores, verbos, citas, alusiones y revelaciones abismales del corazón. Cartarescu ofrece lo mejor de lo literario intentando, paradójicamente, no hacer literatura, erigiendo un contra-libro, un diario desordenado, sin aparente trama. Declara que no quiere pintar puertas en el museo de la literatura, incluso hermosas puertas, talladas y decoradas con hermosas joyas. No quiere pintar puertas en su cráneo ni en el de sus lectores. Quiere encontrar la puerta que lo haga salir. Quiere trascender: “El arte no tiene sentido si no es huida”.

Me comentaba un amigo que en cierta entrevista Cartarescu reconocía que su obra era una especie de panfleto contra el mundo literario institucionalizado. El mundo en que los libros cargan su resumen o receta en la espalda, que son fácilmente reducidos a un eslogan, que son, al menos embrionariamente, un potencial primer libro de una larga serie. En su novela, contra-novela, diario, contra-libro, vemos un racimo de recuerdos, de sueños, de alucinaciones, de reflexiones. Así, por ejemplo, destacan sus ataques a ese falso mundo literario, a ese arte “demasiado humano”, encerrado en la complacencia: “No siento respeto por el arte que procura comodidad y alivio, por las novelas y la música y la pintura que te hacen más soportable la estancia en la celda”. Cartarescu, a más de artista, escritor y gigantesco lector, es un descarnado buscador y, quizá, sobre todo eso.

Su exploración de los sueños (los transcribe y los analiza), sus recuerdos escolares, sus “alucinaciones” (se torna ácaro y pulula por ese mundo intentando transmitir un mensaje de salvación, o su viaje por las serpenteantes cavernas de la divinidad del lenguaje) puestas por escrito son su intento, paradójico, de escapar los barrotes de líneas, de treparse y saltar de la hoja, de dibujar de una vez por todas un marco en su cráneo y huir.

“Estás acostumbrado a los libros que lees plácidamente mientras comes un bocadillo, durante un recreo en la sala de profesores o en el tranvía, camino de casa; a las puertas dibujadas en las paredes, ficticias, de todos los cuadros de todas las pinacotecas del mundo; al balanceo de la cabeza al ritmo de todas las canciones. Pero estás sordo, ciego y mudo a la llamada desesperada que llega desde su entraña. Los sueños son planes de huida, al igual que la música, la metafísica y la trigonometría esférica. Todo lo que nos habla en este mundo nos dice lo mismo… ¡Sal de aquí! ¡Vete! ¡Tu sitio no es este! Todos los sueños te formulan con insistencia una pregunta. No lo entiendes cuando lo interpretas, sino cuando respondes. Siempre que oigas tu nombre en medio de la noche, no dudes en responder: ‘¡Estoy aquí, Señor!’”.

Que empiece la lectura. (O)