De repente algún lector (por suerte son los menos) olvida que esta es la sección de opinión y no la de “verdades”. Jesús dijo que era la verdad y lo crucificaron (¿Y si lo primero fuera cierto?) De acuerdo que hay opiniones construidas sobre estudios más o menos serios, sobre ciertas certezas, y así. También es evidente que hay opiniones más valiosas que otras. Es decir, no es el campo del anarquismo ni de la creación (en su concepto primigenio: “de la nada”), es siempre una propuesta del vislumbre de lo factible y lo real.

Escribo opinión (también para generar opinión) y por ello me limito al discreto papel de señalar intuiciones. Además, valga la mención, porque los temas que planteo son de difícil respuesta, por no decir sin respuesta. Escribo sobre ellos porque me gustan, aunque, sobre todo, se me imponen: el amor, la nostalgia, la literatura. Escribo para entender los movimientos del corazón y para así poder vivir. Y en ello la filosofía es un medio, tanto (aunque menos) como esa interrogación que es la belleza.

Recordaba Scruton que el trabajo del filósofo es hacer preguntas, no responderlas. “Las preguntas más apasionantes son aquellas a las que no sabemos responder”, añade Zagajewski. (Y lo digo sin “aura”, el filósofo es igual de necesario, no más, que el economista). Luego está lo dicho por García Lorca: “El hombre se acerca por medio de la poesía con más rapidez al filo donde el filósofo y el matemático vuelven la espalda en silencio”. Es decir, el contacto con el misterio. Y eso es lo que comparto en esta columna de opiniones (no de certezas): mis intuiciones, mis sospechas, mis encuentros con lo intangible. Las “seguridades” son para las ciencias exactas (en sus contextuales experimentos) y los cortos mentales. El mundo es complejidad (y Kundera aprovecha para abanderar una defensa de la literatura: “El espíritu de la novela es el espíritu de la complejidad”).

Me sincero, por si suponían otra cosa: soy humano y, como tal, sujeto de errores y erratas. Apenas comparto lo que leo y siento, errado o no. Querido lector, la única certeza que ofrezco es honestidad. En ese sentido, mención a Bernard Fougères, ahora fijo en nuestra memoria, quien me parece no aspiró a más (y no es poco).

Puntualizar, finalmente, dos cosas. No cito o menciono obras (poemas, películas, novelas) suponiendo que las conocen o precisamente lo contrario, como erigiéndome en una especie de sibarita del arte. Lo hago, primero, para recomendar, que no es más que mera y necesaria gratitud con la obra. Así, las referencias son invitaciones, agregaría: “al gozo”. Segundo, cito porque no podría decir lo mismo de mejor manera. Flaubert explicaba que una frase no estaba lista, no decía todo lo que tenía que decir, si no era música ella misma.

Sé que puede atraer más la “parada” intelectual, el vestido de títulos, el insulto desdeñoso seguido de un contraargumento, el intento por encasillar (neofascista, homofóbico), el decirlo todo (magister dixit) en ahogados caracteres de un tuit, sin embargo, me relego a la discreción.

Hay más complejidad de la que nos atrevemos a aceptar. (O)