Escribía Inciarte que el arte contemporáneo (se refería entonces a los tres primeros cuartos del siglo XX) era la metafísica contemporánea. ¿Qué veía en el poco amable, por no decir extraño o casi del todo incomunicable, arte abstracto y vanguardista? Nada más y nada menos que la lucha por el ser y la insinuación del no-ser. Se preguntaba si esas obras eran arte o nada, arte o un inodoro, o un globo, o un cuadro negro.

El cuadro negro es esa obra misteriosa de Malévich. Sí, era eso, un cuadro negro. Un marco blanco con un lienzo pintado de negro. El nombre: “Cuadrado Negro”. Nada más. Y la atroz exigencia del silencio. ¿Qué es eso? Un cuadrado negro, qué más. Yo podría hacer eso, diría alguno. Pero, ¿solo un cuadrado negro o arte? Todavía más, ¿es algo? A lo mejor esa espesa negrura encarna la nada. ¿Aunque si uno representara la nada, no empezaría precisamente esta a ser? ¿En qué momento el cuadro de la nada se sublima para ser, al menos, un cuadrado negro? ¿O del cuadrado negro a ser arte? ¿En qué momento algo empieza a ser? Inciarte concebía esas obras como una “alegoría de la Creación”.

En esa línea, recordaba dos inicios de novela, a mi modo de ver, sorprendentes. Se ha dicho que la novela es el orden abierto, el espacio de la libertad, capaz de engullir cualquier discurso. Pensemos en una de las primeras novelas, Don Quijote, allí está todo: el juego de la ficción y la realidad, las digresiones, las irrupciones del autor. No es, naturalmente, el vertiginoso y lineal devenir de la mayor parte de novelas. En ese inicio ya está presente la inmensa potencialidad novelesca. Pero no me distraigo, los inicios a los que hice mención: “La inmortalidad” de Kundera y “Si una noche de invierno un viajero” de Calvino. Ambas inician antes de empezar “propiamente” la novela.

Escribe Kundera: “Aquella señora podía tener sesenta, sesenta y cinco años.” Varias líneas después, dice: “Y me vino a la cabeza la palabra Agnes. Agnes. Nunca he conocido a una mujer que se llamara así.” Dos o tres páginas después, se pregunta recién quién es Agnes: “Al igual que Eva provino de la costilla de Adán, al igual que Venus nació de la espuma del mar, Agnes surgió del gesto de esa señora de sesenta años que levantaba el brazo para despedirse en la piscina del instructor y cuyos rasgos ya se diluyen en mi memoria. Ese gesto despertó entonces en mí una enorme e incomprensible nostalgia y de la nostalgia surgió la figura de la mujer a la que llamo Agnes”. Y entonces empieza “propiamente” la novela.

Por otro lado, Calvino escribe: “Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero. Relájate. Recógete. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto”. Así continúa a lo largo de siete páginas. ¿Dónde empieza realmente la novela, en qué momento pasa del no-ser al ser? ¿No empiezan todas antes de la primera línea? ¿No es toda novela una pugna entre realidad y ficción, una incesante Creación? (O)