En la primera parte de esta serie de artículos concluí señalando que los artistas experimentan la realidad (concepto aún oscuro) de manera “amplia”, según dijo Le Guin. ¿A qué hace referencia esa amplitud? Por un lado, lo que vengo diciendo últimamente: contemplar y no solo usar. El mar se contempla (al menos la mayoría hace eso, salvo los que trabajan allí, que también lo harán de vez en cuando), para otra cosa no “sirve” mayormente. Al igual que no “sirve” que el árbol sea verde y no gris, o que la comida tenga o no sabores. No sirve, aunque es necesario. Scruton decía que la belleza nos hace sentir en casa. Contemplar la realidad (maldita equivocidad) es profundizar en ella, gozarla, cuestionar su razón de ser. Es pensar por qué nos conmueve y convoca un atardecer. Es decir, no dar por supuesta la realidad, sino asombrarse como un niño. Ampliar la realidad es no solo ver dinero tras la tala de un árbol, más bien es maravillarse por el que esté allí y por esa forma distintiva del mismo. Hay pintores. Hay escritores que transmutan el árbol en metáfora. Hay personas que preguntan por el nombre del árbol para plantar uno en su casa. A ello Kant denominaba “interés desinteresado”, o lo que dijimos: contemplar para ampliar nuestra percepción de la realidad, para disfrutarla y no solo utilizarla.

A pesar de esa cotidianidad que procuran los artistas, el paisaje de un pintor, la tristeza y nostalgia de una canción, el amor bullente que plasma un poeta, curiosamente dice Zagajewski: renunciando (los artistas) a no representar nada que exceda lo ordinario, sin embargo, se mantienen inaccesibles para la mayoría. Es curioso, pues los artistas no procuran más que representar (=volver a hacer presente) lo ordinario, la realidad más inmediata. Un concepto importante en el quehacer artístico, la mímesis, en burda enunciación no es más que imitación. Sin embargo, los artistas tienden a ser incomprendidos, y ni qué decir de los poetas, caso paradigmático. Vuelve la pregunta, ¿qué es la realidad, entonces? ¿Por qué si los artistas representan la realidad, además de manera “amplia” o “intensa”, son incomprendidos? ¿Podemos afirmar que de hecho vivimos en la realidad y son los artistas más bien los que viven como sueñan?

Sin duda hay versos de no fácil digestión, imágenes casi inescrutables. No creo que nadie se atreva a decir que The Waste Land(La tierra baldía), de T. S. Eliot, es un paseo en el parque, pero incluso en ese abismo, acaso nacido de sus imágenes y metáforas eruditas, lo que yace al final es la impresión de un siglo XX vacío y perdido. Exceptuando esos poemas de difícil acceso, qué sencillo, qué bello el tejido de Medardo Ángel Silva: “Para envolverte en besos quisiera ser el viento,/ y quisiera ser todo lo que tu mano toca”. O los versos casi infantiles de Sabines en La luna, o la parsimoniosa contemplación de Robert Frost en The Road Not Taken(El camino no elegido).

¿Cuál es esa arcana belleza, esa emocional verdad que convive en lo cotidiano, que necesitamos, y que reluce en el arte? ¿Qué más hay en la realidad? (O)