El resto de maravillas que leí este 2018 fueron: Los sonámbulos (1933), de Hermann Broch. Probablemente el libro que marcó de manera más evidente a Milan Kundera, según él mismo refiere en El arte de la novela y como se evidencia en la manera en que el checo estructura sus ficciones. En La inmortalidad (1990), Kundera plasma su heredado credo sobre la novela: “Una novela no debe parecerse a una carrera de bicicletas, sino a un banquete con muchos platos”. La obra de Broch se compone de tres partes, cada una es el relato de un personaje que encarna el espíritu de las mayorías. En realidad, es una novela de la descomposición, aunque en Broch sea una orquestada descomposición. Cada sección acontece 15 años (1888-1903-1918) después de la otra: Pasenow o el romanticismo, Esch o la anarquía y Hugenau o el realismo. El texto es surcado por un ensayo, La degradación de los valores, que funciona de conexión de las tres secciones, a la vez que es reflexión sobre los cambios sociales y, como es obvio, la pérdida de valores. El primero, un fanático del Estado, la vida cifrada en morir por la patria. El segundo, el anarquista escéptico: ¿por qué vivir, por qué morir? El picaflor ideológico, el idealista, primero comunista luego idólatra de América, tierra de libertad. Finalmente, Hugenau, el ocaso de los valores, el desentendido de lo trascendental. La trinchera de la inmediatez. El comerciante puro, amoral, desvergonzado. Qué novelón sería el de Broch si representara nuestros últimos 30 años.

Si una noche de invierno un viajero (1979), de Ítalo Calvino. Una novela que es diez novelas, ninguna termina y tú (lector) eres el protagonista, ¿suena bien, no? Un incesante juego literario (incesante despliegue de oficio de Calvino) y una carta de amor a la literatura por sí misma. No “sirve” más que para el puro disfrute literario, no es un panfleto, ni un sucedáneo de un texto de historia, ni un manifiesto pseudomarxista o vagamente moral. Explica Ludmilla: “La novela que más me gustaría leer en este momento debería tener como fuerza motriz solo las ganas de contar, de acumular historias sobre historias, sin pretender imponerte una visión del mundo, sino solo hacerte asistir a su propio crecimiento, como una planta, un enmarañarse como de ramas y hojas…”.

Adán Buenosayres (1948), de Leopoldo Marechal. “… cuya levedad era tanta que nos parecía llevar en su interior no la vencida carne de un hombre muerto, sino la materia sutil de un poema concluido”. De esa manera inicia la novela, con varios personajes, entre ellos Borges, cargando el féretro de Adán. En realidad esa línea del prólogo es un preludio de la sensación final, cuando uno voltea la última página de las casi 800: un libro inmenso aunque leve, ya que su materia primordial es la poesía. Novela apenas reconocida en su inicio, salvo por un joven Cortázar. Humor, poesía, filosofía, nostalgia. Desbordante. Una epopeya ajustada a lo moderno. Incluso Marechal crea su propio infierno dantesco, Cacodelphia, y a su propia Beatriz, Solveig Amundsen.

Para completar un Top 10 agrego Humo, de Gabriela Alemán; Verano, de Coetzee; La inmortalidad, de Kundera; y Doctor Pasavento, de Vila-Matas.

¡Felices lecturas 2019!

(O)