‘Imagínate pasar nueve meses al año en un ambiente seco’: crónica sobre las especies del bosque que rodea a Guayaquil

Un manto de nubes se posa sobre las colinas del Bosque y Vegetación Protector Prosperina, en el noroeste de Guayaquil, en la mañana del 28 de mayo pasado bajo un cielo seminublado. Es cerca de las nueve de la mañana y las formaciones blancas siguen deslizándose sobre la cima, creando un microclima más agradable que el calor que embarga al conglomerado urbano más poblado del Ecuador. Esta imagen es propia del bosque seco tropical. Es la llamada precipitación horizontal, donde las nubes quedan atrapadas en las partes altas aportando humedad en uno de los ecosistemas más degradados del planeta, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).En medio de este paisaje resiliente y reverente surge la definición que el científico Julian Perez Correa , jefe de Biodiversidad de la Facultad de Ciencias de la Vida de la Escuela Superior Politécnica del Litoral (Espol), hace del bosque seco tropical .Él guía a un equipo de EL UNIVERSO por senderos y pendientes rocosas cubiertas de hojas aún verdes y semillas del conocido como bosque Prosperina, creado en 1994 y que es administrado por la Espol.La ciudad de Guayaquil se extendió justamente sobre lo que antes era bosque seco tropical, manglares y llanuras inundables.Esta situación provoca que el Bosque Prosperina sea afectado por lo que se conoce como efecto borde , que es cuando un ecosistema colinda con otro, en este caso, una aglomeración urbana. “ Hay más alteración precisamente porque las especies tienen que adaptarse a condiciones como el ruido, el polvo, mayor luminosidad ”, afirma Julian. Un ejemplo de este impacto es el ruido del tráfico de la vía Perimetral, que flanquea este bosque. Es como el sonido de un motor incesante e incansable que acompaña los primeros minutos de la caminata. A esto se conoce como contaminación auditiva, reconoce Julian, lo que también disminuye hasta cierto punto los procesos regenerativos del bosque. “No todas las especies están adaptadas a esa cantidad de ruido”.Pero lo bonito del bosque seco, recalca, es que alberga especies resilientes, resistentes y adaptables porque tienen que vivir en condiciones complicadas.“ Imagínate pasar ocho a nueve meses de tu vida al año en un ambiente completamente seco . Entonces, los recursos son limitados y (las especies) tienen que experimentar justamente adaptaciones para poder buscar recursos”.Vivir en el bosque seco es un sobrevivir constante. Una muestra de aquello es la rana cohete de Chimbo (Hyloxalus infraguttatus) , una de las cinco especies consideradas como emblemáticas en el plan de manejo de esta área protegida aprobado por el Ministerio del Ambiente en abril de 2024. “Tiene una distribución bastante amplia, solo en Ecuador y el norte de Perú, pero lo importante es el ecosistema: quebradas estacionales que, cuando se secan, obligan a la rana a desplazarse o a entrar en un estado de latencia (reposo)”, explica mientras el canto intermitente de aves y el zumbido de insectos marcan el ritmo del recorrido. Esta especie, además, muestra un comportamiento fascinante: “La hembra carga los renacuajos en la espalda. Es hermosísimo verla así”, agrega. Parte del trabajo actual del equipo de la Espol es descubrir cuándo nacen, cómo se reproducen y con qué otras especies comparten el hábitat.En sus 284 hectáreas, el Bosque Prosperina registra 237 especies de insectos, 220 de aves, 216 de plantas, 37 de mamíferos, 26 de reptiles y 15 de anfibios . Solo en el primer tramo de la caminata hasta el punto conocido como El Mirador, según Julian, se puede escuchar el canto de 25 especies de aves, entre ellas el bananaquit, el zacaco y varias especies de pericos.Para priorizar su conservación, el equipo ha identificado cinco “objetos de conservación” : especies clave, tanto por su relevancia ecológica como por su grado de amenaza.La lista la encabeza el mono aullador de la Costa , habitual en los alrededores. Luego está el mono capuchino de la Costa , en peligro crítico de extinción y víctima frecuente del tráfico ilegal. “Lo vemos quizás una vez al mes, pero sabemos que está presente. Su estado crítico nos obliga a actuar”, dice Julian.Le sigue el saíno , un mamífero que cumple múltiples funciones ecológicas: dispersa semillas, airea el suelo cuando escarba y sirve de presa para grandes carnívoros, como los felinos. En los registros de cámaras trampa han observado hordas de hasta 40 individuos.Además de la rana cohete, se suma a la lista el árbol amarillo , identificado así por sus flores brillantes de ese color. “Está críticamente amenazado a nivel global, pero aquí tenemos una buena población. Algunos fueron sembrados, otras llegaron solos. Lo importante es que están dando semillas viables, lo que indica su capacidad de recuperación”.Si se mira con atención al suelo se podrían encontrar semillas del árbol amarillo, que son grandes, cubiertas de lo que parecen ser espinas, y con una hoja grande en forma de ala. Cuando la semilla se desprende del árbol planea con el viento, como un alerón, dispersando su contenido por suelos aledaños y por lo tanto reproduciéndose. Entre sonidos de aves y el incesante murmullo del tráfico de la Perimetral, Julian menciona otro habitante clave: el perico cachetigris ( Brotogeris pyrrhopterus ) , también en peligro. “Anida en huecos abandonados por el carpintero de Guayaquil (especie de ave endémica del bosque seco)”, señala. Las partes altas del bosque, menos intervenidas, albergan especies más sensibles, como el gavilán dorsigris , cuyas áreas de anidación deben ser protegidas del tránsito humano.La protección de este ecosistema enfrenta retos. “ No tenemos guardabosques oficiales. Solo estudiantes y voluntarios que vienen de corazón ”, admite Julián. Y aunque hay señalética que limita el acceso a ciertas zonas, muchos visitantes la ignoran. A eso se suman presiones externas como la expansión urbana, el ruido, la contaminación y la caza furtiva.Sin embargo, el bosque resiste. Julián lo define con dos palabras: resiliente y reverente . “Al bosque seco le vale en realidad pepino lo que ocurra afuera. Siempre va a estar tratando de sobrevivir. A pesar de que a veces no llueva o a veces llueva mucho”, dice mientras sonríe.El plan de manejo del bosque contempla una zona accesible para visitantes —el área de manejo de bosque nativo— y otras de acceso restringido, sobre todo en las partes más altas. Desde El Mirador, uno de los puntos de acceso para los visitantes, se vislumbra el desafío de crear un corredor ecológico que conecte el Bosque Prosperina con Cerro Azul y los Bosques Protectores Cerro Blanco y Papagayo, extendiéndose hasta Manabí a través de la Cordillera Chongón-Colonche. “No es imposible, pero requiere la voluntad de GAD (gobiernos autónomos descentralizados) parroquiales, cantonales, provinciales. Hay que convencer a mucha gente”, afirma.La cordillera Chongón Colonche estaba bajo el mar hace diez millones de años y fue emergiendo con el movimiento de las placas tectónicas forjando el sistema montañoso actual.Tras empezar el descenso desde El Mirador al centro de interpretación, donde empezó el recorrido, Julián rememora una de las frases que más lo marcó en su formación superior, dicha por la que considera su mentora, la ambientalista y catedrática Nancy Hilgert: “ se quiere lo que se conoce, pero se defiende a morir lo que se ama ”.Conocer y amar. Ese es el camino que propone este científico para salvar un ecosistema que, aunque afectado por la expansión urbana, sigue siendo casa de ceibos centenarios, orquídeas (se cuentan diez de estas especies), ocelotes y yaguarundis esquivos y ranas que cargan a sus crías en la espalda.Una reverencia natural que se sostiene, contra todo pronóstico, en una ciudad que todavía debe aprender a mirar su bosque de otra manera. Bajo un matiz mágico porque es un ecosistema que reverdece con las lluvias, en el invierno, y se vuelve seco y más áspero en el verano, pero que igual alberga especies que resisten, como si no quisieran extinguirse.Una muestra de esta riqueza yace tras 40 minutos de caminata desde el centro de monitoreo del campus de la Espol hasta una de las vertientes estacionales por la que por estos días aún escurre agua. Es un riachuelo que se desliza bajo cañas de bambú y al que llegan un sinnúmero de insectos y anfibios nativos, como si estuvieran aprovechando el último vestigio de agua que deja el invierno. Las abejas nativas, un sapo bello (recién descrito en 2024), las mariposas y las ranas cohetes conviven en medio de los árboles con flores lilas, una muestra de la supervivencia de un bosque que colinda con la ciudad. Prestar atención a lugares donde parece que no hay nada da sus frutos. Muchos animales son muy pequeños o se mimetizan, como las arañas pequeñas que permanecían escondidas en el agua. Al igual que varias telarañas gruesas de tarántulas, pero no había ninguna viva.Probablemente es una de las zonas mejor preservadas porque hay presencia de líquenes en los árboles, que se ven como manchas blancas sobre el tronco. Tradicionalmente se considera que es un organismo resultante de la simbiosis entre un hongo y una o varias algas. Según Julian, es un buen indicador de calidad de aire, y no se lo podría encontrar en zonas bajas del bosque más cercanas a las carreteras.Este es un punto en el que el ruido de la vía Perimetral casi ya es imperceptible al ser reemplazado por los sonidos de la vida animal. (I)

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