En las ciudades del Ecuador se da por sentado que hay y habrá agua potable en el futuro. ¿Pero qué sucedería si se perdiera una de las principales fuentes que abastecen del líquido a los ríos del país?

Hay 1′521.159 hectáreas (ha) de páramo, lo que representa el 5,1 % del territorio terrestre del Ecuador. Pero entre 2000 y 2016 se perdieron 10.151 ha por año. Lo desaparecido en ese periodo suma 162.412 ha, según las últimas estimaciones oficiales.

Los cálculos indican que el país ha perdido una cuarta parte de los páramos que existían. Y dos tercios de lo que queda han sido ya intervenidos de alguna manera.

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Todo indica que la pérdida continúa, explican expertos sobre este ecosistema, ya que no se han reducido ni controlado las amenazas.

Luis Suárez, director ejecutivo de Conservación Internacional Ecuador, afirma a propósito del Día Nacional de los Páramos, que se conmemora el 23 de junio, que las principales amenazas son “la expansión de la frontera agrícola, el sobrepastoreo y los incendios. Este ecosistema también está amenazado por el cambio climático, la contaminación y la introducción de especies de plantas y animales”.

“Los páramos son fundamentales para la producción y regulación hídrica. El suelo de los páramos constituye una verdadera esponja que almacena y filtra el agua. En este ecosistema se produce el agua que consumen muchas ciudades del país, y alimenta a proyectos de riego y energía” a través de los complejos hidroeléctricos, asegura el especialista.

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Pero no son las únicas funciones ya que también “contribuyen a la mitigación de los efectos del cambio climático por su gran capacidad para almacenar carbono en el suelo”.

A este se suma su alta biodiversidad. Los páramos del Ecuador albergan alrededor de 660 especies endémicas de plantas vasculares, que representan aproximadamente el 15 % de toda la flora endémica del país. “Los páramos también proporcionan grandes oportunidades para el ecoturismo, la recreación y la educación ambiental debido a su maravillosa biodiversidad y belleza escénica”, dice Suárez.

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La incursión del turismo, sin embargo, deja un impacto negativo cuando no se respetan los senderos establecidos o no se tiene cuidado al momento de hacer las fogatas, por ejemplo, afirma Robert Hofstede, asociado a la ONG Ecopar.

Esto ocurre en los páramos que bordean las partes altas de la capital nacional, Quito. A estos se accede, dice el especialista, a través del teleférico. “Hay zonas menos vigiladas en las que entran con motos, caballos o en carros cuatro por cuatro. Está bien que con la pandemia la gente busque la naturaleza en vez de ir a los centros comerciales o restaurantes, pero en el Cotopaxi o en la caminata a los Altares (en la provincia de Chimborazo) ha aumentado el turismo sin la adecuada regulación. Nunca falta el que hace la fogata, el que deja la basura, el que arrienda cinco caballos para llevar el tanque de gas causando mucho impacto”.

El ecosistema páramo está en medio de lo que eran los bosques andinos y las nieves perpetuas, entre los 3.500 y 4.500 metros sobre el nivel del mar. “No hay que olvidar que en el mismo escudo se muestra que el río nace en las montañas, que el agua viene de allá arriba”, dice Hofstede.

Un total de 667.815 hectáreas (43,9 % de lo que queda) de páramos están en áreas protegidas como parques nacionales y reservas ecológicas, dice Suárez.

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Las prácticas agrícolas sobre el páramo son nocivas a largo plazo, añade el especialista. El suelo sobre el que se asienta es bastante húmedo y contiene muchos nutrientes, pero al arrancarlo y exponerlo al aire este se seca y libera la mayoría de este material orgánico.

Al inicio es bueno para el cultivo de papas y habas, pero tras dos cosechas se pierde esta fertilidad y lo que queda es convertir este sembrío en pasto para el ganado. “El avance de la frontera agrícola sigue siendo la principal amenaza al páramo”.

El páramo está en la región Sierra del Ecuador. Foto: CORTESÍA PATRICIO MENA

La ganancia momentánea es para el agricultor, pero la pérdida afecta a toda la sociedad por el peligro del déficit hídrico.

Los cultivos en las partes más bajas necesitan de agua para regarlos, la que viene de los páramos. Es una cadena de impactos. Sembrar sobre el páramo es pan para hoy y hambre para mañana.

Por cada metro cuadrado que se daña del páramo, dice Hofstede, se convierte a un ecosistema que genera agua en uno que necesita del líquido.

El problema es que “muchas especies de plantas endémicas que están en peligro de extinción se encuentran en páramos que no están protegidos”, indica Suárez.

De ahí la importancia de promover “la creación de nuevas áreas protegidas nacionales y de gobiernos autónomos descentralizados, así como áreas protegidas comunitarias y privadas que contribuyan a la conservación y manejo de los páramos”.

Un informe del programa nacional de incentivos para la conservación Socio Bosque indica que actualmente hay 74.893 ha de páramos con acuerdos de conservación entre el Ministerio del Ambiente, Agua y Transición Ecológica y los propietarios individuales y comunitarios.

“Los páramos son ecosistemas frágiles que requieren un manejo especial. Es importante fortalecer el manejo de las áreas protegidas, establecer nuevas áreas protegidas y ampliar las áreas bajo acuerdos de conservación con las comunidades locales. También es importante mejorar las condiciones de vida y fortalecer las capacidades de las comunidades que viven en el páramo”, señala Suárez.

¿Qué sucedería si se pierden las nieves perpetuas que están en la cima de ciertas montañas del país?

El Parque Nacional El Cajas alberga al ecosistema páramo, en la provincia del Azuay. Foto: Robin Moore

Debido al cambio climático ya se perdieron los glaciares del Cotacachi y están por desaparecer los que aún cubren la cima del Carihuayrazo.

El hielo es también una fuente natural del agua, sobre todo en el nacimiento de las cuencas, dice Hofstede. Con la pérdida de los glaciares, como uno de los impactos del calentamiento global que provoca el cambio climático, se vuelven indispensables los pajonales ya que en su suelo se regula el líquido de forma complementaria.

Con el cambio climático, en las partes más bajas hay menos heladas y neblina y temperaturas más altas, entonces hay más área de páramo que se vuelve interesante para la agricultura.

Con la pérdida de los glaciares recién se empieza a estudiar lo que ocurriría en el país. “Hay estudios para entender cómo sería la colonización. La idea es que se inicie una colonización natural de las especies del páramo que pueden crecer sobre el suelo que recién se descubre tras el derretimiento del hielo”, asegura Hofstede.

El problema es que debajo del hielo no hay suelo sino una masa de material seco, como arenisca, describe el científico, por lo que es difícil que una semilla crezca. Entonces el proceso natural indica que primero aparecería el musgo, luego unas plantas pequeñas sobre el musgo, se forma un suelo y allí crecen otras plantas.

“Se puede imaginar que es un proceso muy lento de colonización natural, demora décadas antes de que haya una nueva vegetación, y es un suelo supersensible, como cuando la piel está quemada por el sol, que casi no la puedes tocar, así es el suelo que se descubre después de la desglaciación por lo que hay que protegerlo completamente hasta que se forma la vegetación”, indica Hofstede, quien desde hace 25 años estudia y trabaja para la conservación del ecosistema páramo.

Suárez indica que “es fundamental realizar estudios de largo plazo sobre la ecología e hidrología de los páramos para guiar las acciones de conservación, restauración y usos sostenible de este ecosistema. (I)