No pensé que la muerte de Alexander Hirtz me entristecería tanto. Es que creía que no iba a morir nunca, mejor expresado, no concibo que un hombre tan vital, vigoroso, recursivo, lleno de proyectos, me haya precedido en el gran paso. De allí mi afligida sorpresa. Era geólogo graduado en la Colorado School of Mines, profesión que ejerció siempre con interés. La arqueología, ciencia que como la mineralogía se ejerce en la tierra, fue un campo en el que destacó con descubrimientos que sabía enhebrar con sorprendentes interpretaciones. En la botánica su aporte es abrumador, sobre todo en la orquideología, en la que fue uno de los mayores expertos mundiales. Descubrió varios centenares de especies, de las cuales varias decenas se denominan con el específico hirtzii, derivado de su apellido, y existe el género Hirtzia, esto ya son palabras mayores. En la creación del Jardín Botánico de Quito está su gran contribución a la ciencia de los vegetales. Conocía de muchas materias de las que hablaba con solvencia e información... al escribir intento evitar los superlativos que Hirtz merece, podría parecer que exagero.

Lo conocí en 1990, cuando hizo una exposición sobre insectos, me deslumbró con su saber enciclopédico, simpatía y generosidad. En el artículo en el que reseñaba la muestra lo llamé “doctor en ecuatorianidades”. Era una exhibición de fotografía, arte en la que fue muy competente, los excelsos fotógrafos Gottfried y Christoph fueron, respectivamente, su tío carnal y su primo hermano. La historia familiar de Alexander explica en parte su vocación descubridora y su genio aventurero. Su padre Charles y su prenombrado tío, alemanes, vinieron al país en los años treinta y se establecieron en la Amazonía, iniciando una odisea, digna de un filme, que los llevó de vuelta a Alemania. De regreso al Ecuador Charles, casado con la maestra de danza Sabine Naundorf, establece una “casa de regalos”, en la que vendía toda clase de objetos de interés sobre todo para turistas. Allí Alexander despertaría a su afán coleccionista y nacería su fascinación con la geología... voy viendo que se necesitarán varios volúmenes para compilar los resultados de su prodigiosa trayectoria.

Hombre de la estirpe de Humboldt, cuyo nombre lleva, de Stübel, Wolf y otros grandes viajeros alemanes que se enamoraron del Ecuador. Su vocación botánica le viene por la savia de su sabia abuela, Elizabeth Naundorff, que participó en la fundación de la Academia de Ciencias Naturales de Quito, con quien Alex, niño o adolescente, viviría insólitas experiencias en busca de orquídeas y otras plantas exóticas. Se comprenderá que con esta peripecia vital tan rica, su impresionante memoria y su inventiva desbordante, el trato y la conversación con este pacífico gigante haya sido de las vivencias más interesante que he tenido. Era una cascada que descolgaba en cada instante metros cúbicos de información, de ideas, de anécdotas. Esta clase de personas no pueden morir, como en efecto Alexander Hirtz no ha muerto; vive en sus orquídeas, en sus descubrimientos arqueológicos, en sus colecciones mineralógicas. Se ha ido a otro universo a seguir explorando y descubriendo por toda la eternidad. (O)