La evidencia empírica deja pocas dudas de que la paternidad activa y comprometida desempeña un rol esencial en el desarrollo integral de los hijos y en la cohesión familiar. Numerosos estudios científicos destacan los efectos positivos de una paternidad presente. Investigaciones del National Responsible Fatherhood Clearinghouse (EE. UU.) revelan que los niños con padres involucrados tienen 43 % más probabilidades de obtener buenas calificaciones, mejor autoestima y una actitud más positiva frente a la escuela. Un metanálisis del psicólogo Michael Lamb sostiene que el involucramiento paterno tiene efectos independientes de la madre, especialmente en el desarrollo moral, cognitivo y emocional de los hijos. La participación del padre contribuye significativamente a la construcción de identidad, al aprendizaje del autocontrol y a la capacidad de resolver conflictos en la adolescencia. Por otro lado, la ausencia paterna se asocia con múltiples riesgos.

Datos del Departamento de Salud de Estados Unidos indican que los niños que crecen sin un padre presente tienen el doble de probabilidades de abandonar la escuela, cuatro veces más de vivir en pobreza y siete veces más de involucrarse en embarazos adolescentes. No se trata únicamente de presencia física, sino de una presencia emocional y práctica que requiere no solo tiempo, sino apoyo institucional y cultural.

Los países europeos parecen haber aprendido esta lección. Naciones como Suecia, Noruega, Islandia y España han implementado políticas robustas de licencia de paternidad. En Suecia, por ejemplo, cada padre tiene derecho a 90 días exclusivos de licencia, dentro de un sistema parental que otorga 480 días por hijo. En España, desde 2021, los padres gozan de 16 semanas completamente pagadas, equiparadas a las de la madre, y obligatorias en sus primeras seis semanas. En Islandia, cada progenitor recibe seis meses, con la posibilidad de compartir otros seis, todos remunerados al 80 % del salario. Los beneficios no son únicamente individuales o familiares. Estas políticas promueven una mayor equidad de género, fomentan la corresponsabilidad doméstica y reducen la violencia intrafamiliar. Unicef ha señalado que en hogares donde ambos padres están activamente presentes la probabilidad de violencia disminuye en más del 30 %. Además, los países con licencias bien diseñadas muestran menores niveles de estrés infantil y mayor estabilidad emocional en la niñez temprana.

Ecuador aún está lejos de estos estándares. En nuestro país, la paternidad sigue relegada a un papel simbólico o es reducida a la de un simple “proveedor” que no se involucra en el desarrollo emocional de sus hijos. Reformar tanto nuestras actitudes culturales como nuestras políticas públicas no es un “lujo nórdico”, sino una inversión urgente en el bienestar de nuestra niñez y en el futuro de nuestro país. Una paternidad activa no se impone por decreto, pero sí se puede estimular mediante políticas públicas inteligentes. Si queremos reducir la delincuencia, mejorar el rendimiento escolar y construir hogares más estables, debemos empezar por reconocer lo obvio: los padres importan. (O)