Siempre me pregunto cómo los ucranianos pueden seguir viviendo con una guerra que lleva año y medio, que devasta ciudades y en constante peligro. Qué harán sometidos a miedos ininterrumpidos. ¿Cómo irán los niños a la escuela, o no van? ¿Cómo se visten, qué compran, pueden comprar? ¿De qué viven si no hay trabajo? ¿Tendrán algún momento de descanso?

Es culpa de todos

Nosotros estamos en guerra, pero quizás no la llamamos así. La llamamos inseguridad, peligro, atentados, miedo. Hasta hace poco muchos miraban para otro lado, en Guayaquil era cosa de ciertos barrios… Por último, parte del país consideraba que se trataba de problemas propios de la Costa (Esmeraldas, Manabí, Los Ríos) o de las cárceles… Hasta que llegó a la capital y se extendió a todas las provincias como una mancha de aceite que impregna los barrios más opulentos, el vecino que anda en las calles, centros educativos, centros comerciales, carreteras, mares y ríos. Barrios enteros tienen que aceptar ser el lugar cautivo de la banda que los gobierna, los chantajea, les roba, les quita sus casas, les da permisos o se los niega.

Y comenzamos a poner nombre a los que nos someten. Grupos de delincuencia organizada, GDO, narcotráfico, corrupción, inequidad.

Si comprendiéramos que es una guerra con actores diferentes a los ejércitos que antes se enfrentaban, quizá lograríamos unirnos y hacer frente juntos a la calamidad que nos aflige. El asesinato de Fernando Villavicencio puede ser la gota que rebasó el vaso y el inicio de un despertar colectivo.

Unidos por la paz

Otros deben ejercer el uso legítimo de la fuerza: la Policía y los militares.

Pero nosotros los de a pie, los civiles, tenemos que organizarnos. Nuestra primera herramienta será el voto para elegir a quien guiará el barco que supere la tempestad y pueda llevar a puerto nuestra barca común en este mar embravecido y traicionero.

La parálisis que sufrimos debe dar paso a las propuestas mínimas que todos podamos empujar...

Los demás debemos establecer una conversación y una propuesta nacional, nos obliga el peligro, tras no poder aceptarnos diferentes, el sabernos habitantes de una tierra con diferentes geografías y múltiples culturas. Ahora todos somos iguales frente al peligro, tenemos miedo.

Deserción universitaria

Ninguna fuerza despoja con tanta eficacia la capacidad de actuar como el miedo. La parálisis que sufrimos debe dar paso a las propuestas mínimas que todos podamos empujar y hacer nuestras.

Tenemos que lograr una paz imperfecta, alimentada por pequeños o medianos triunfos, pero sin perder el horizonte hacia el que vamos. Será imperfecta porque siempre habrá tareas que cumplir, por hacer, no terminará nunca, será una acción siempre a retomar y mejorar.

Cuando vivimos la guerra del Cenepa el país entero se movilizó, ni un paso atrás fue la consigna. Nos cuidamos unos a otros, nos organizamos. Ahora el peligro es mayor. Está en juego el futuro de los jóvenes, del país, de la democracia. Y el presente de todos los que en él vivimos. Construir juntos una sociedad en la que podamos educarnos, trabajar, cuidar nuestra salud requiere identificar la guerra que nos agobia, quitarles los soldados que la pobreza, la corrupción, el narcotráfico les da. Evitar que el microtráfico se extienda. No aceptar pagos en efectivo en compras costosas y otras medidas afines. Esa es nuestra trinchera propia. (O)