Tres días después de que el presidente Guillermo Lasso anunciase su decisión de dejar la presidencia anticipadamente, llevándose consigo a la Asamblea que lo maniataba, hay acciones, palabras, emociones y sobre todo una inusual calma en algunos de sus más férreos contradictores que evidencian que lo que se buscaba era quitarle el poder. Más que rechazo, la medida ha disparado una prematura campaña electoral y eso muestra las ansias.
El lenguaje no explícito, subliminal, ha desnudado a muchos dirigentes que enseguida tomaron la opción planteada por Lasso y muestran aspiraciones propias o de sus más allegados por sentarse donde él está sentado, así sea para los 16 meses que resten de mandato. Otros, lo han dicho a su entorno, piensan participar como calentamiento para las elecciones generales del 2025, cuyo premio es un período completo.
Ese mismo lenguaje no escrito ni verbalizado, pero con acciones que gritan, deja en claro que a quienes manejaban los hilos de los asambleístas con los que lograron poner en el banquillo a Lasso, poco les ha importado que esos poseedores de los votos se queden ahora en el aire y con un profundo desprestigio que debería impedirles ganar hasta una elección barrial. Aunque el planchazo que resucitaron en los comicios del 2021 permite camuflarlos y que vuelvan a la Asamblea por el arrastre del sonriente que encabece la lista.
Nada garantiza que en esa carrera contra el tiempo los ciudadanos elijamos una mejor representación a la Asamblea...
Mientras tanto el país, los ciudadanos, con la pasividad y conformismo de muchos, parecen aún no asimilar lo que está pasando: un gobierno acorralado, que no había podido hasta hace un par de meses activarse políticamente, decide acortar su período. Le devuelve el poder a quienes se lo dieron por vía de las urnas, con un tercio del tiempo aún sin cumplir, llevándose por delante a una Asamblea que sin duda ha sido de las peorcitas que registra la historia, pero con bloques muy obedientes a los designios del caudillo. Y con esto pone a correr a un Consejo Nacional Electoral del que se duda santidad para que en 60 días tenga listas las urnas y elegir a quien termine el período, tanto en Ejecutivo como en Legislativo, como lo establece la apodada muerte cruzada nacida en Montecristi.
Nada garantiza que en esa carrera contra el tiempo los ciudadanos elijamos una mejor representación a la Asamblea, porque por la premura los partidos lo que hacen es poner figuras de la pantalla o del deporte que ya sean conocidos y les ayuden a volver a tener un bloque de alza manos. Tampoco está garantizado que en ese proceso flash surja un presidente mejor que Lasso y que haga todo eso que sus opositores creen se debe hacer. Difícil panorama que conlleva el prematuro arranque de una campaña que, empezando ahora mismo, tendrá una primera parada en agosto cuando vayamos a las urnas; una posible segunda parada en octubre, cuando haya segunda vuelta. Un momento de triunfo en noviembre cuando se posesione a los ganadores, y unos perdedores que no se bajarán de la tarima porque en febrero 2024 empieza informalmente el año de propaganda para febrero 2025, cuando se vuelva a escoger presidente y asambleístas que asuman en mayo 2025. A prepararse, entonces, para dos años intensos. (O)