La facultad de nombrar al sustituto es de la agrupación política que inscribió al candidato fallecido (que en este caso es Fernando Villavicencio), así lo establece la ley; no es el inicio de un nuevo proceso; para su registro, el Consejo Nacional Electoral (CNE) quiere aplicar los mismos plazos o términos que para las inscripciones en tiempos ordinarios, con lo que habrá eliminado la candidatura y todos sus vocales dormirán tranquilos porque suponen que cumplieron con los plazos ordinarios de la ley.

De aquí en adelante, bastará contratar un sicario para eliminar al competidor peligroso: se habrá consagrado el crimen como arma política, se habrá premiado el delito. Y, moralmente, nos habremos constituido en una sociedad hipócrita: cuántas condolencias por el asesinato, tantas ofertas de que no quedará impune.

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El CNE debe estar consciente de que no son un tribunal de derecho; así lo quiso el legislador desde hace muchos años; si lo fueran, estaría integrado por profesionales del derecho. Son más bien un tribunal de hecho, una suerte de jurado que tiene que buscar la justicia antes que la fría aplicación de la ley.

En el debate presidencial del domingo último, empezaron los candidatos guardando un minuto de silencio en homenaje al caído, pero no tuvieron la decencia de exigir que se invite al candidato que reemplazará a Villavicencio, Christian Zurita, a participar y anunciar retirarse si se lo excluía.

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Como tema central del debate se trató la seguridad y no hubo una sola referencia al asesinato a Villavicencio. Un día antes, frente a la tragedia, la mayoría de ellos se declararon unidos para defender la democracia, reconocieron los valores de la víctima: flores de papel ante la tumba de Villavicencio. Si no hay una amenaza formal de retirarse de la contienda electoral si no se habilita a Zurita, el CNE dejará, inmutable, que corran los plazos y el asesinato a Villavicencio quedará impune, y todos pensaremos que en el fondo de sus almas, los otros candidatos se alegraron de la eliminación del candidato competidor. Así seguiremos pensando, a menos que adopten una actitud viril que obligue al CNE a inscribir a Zurita. Da pena ver a la presidenta y vocales retorciéndose mientras hacen explicaciones en derecho, que, con excepciones, no es su materia.

El debate, en parte, fue inútil, porque faltó la voz de la denuncia de la corrupción, que con mayor presencia pública la tuvo Villavicencio, pero siempre estuvo acompañado del laureado periodista Zurita. Villavicencio dejó de ser un candidato y pasó a ser un símbolo de la lucha contra la corrupción; Zurita es un digno sucesor. En dos ocasiones, en artículos en EL UNIEVERSO, defendí esta lucha, señaladamente cuando la fuerza pública invadió a medianoche el hogar de Villavicencio y luego cuando andaba perseguido y refugiado en la selva amazónica.

La inmolación de Villavicencio y el debate han cambiado el panorama electoral: ahora la lucha ya no es por el segundo lugar; ahora ya aspiran los candidatos al primero y segundo lugares. Pero la elección estará manchada si no participa Zurita. El mundo despreciará al elegido si es el resultado de premiar al crimen. (O)