Desde la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), el planeta solo ha presenciado guerras localizadas en alguno de los continentes, y varias, principalmente, protagonizadas por Estados Unidos, particularmente en el Asia, como las de Corea, Vietnam, Afganistán; otras, como las comandadas por la NATO (North Atlantic Treaty Organization; en español es la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN), en la antigua Yugoslavia, en Libia. Varias otras entre países, en África, en Centroamérica, en esta última con promoción norteamericana.
Difícil resumir. Pero no recuerdo otra circunstancia como la que vivimos ahora, en la que, a raíz de la guerra entre Rusia y Ucrania, se han alineado en dos bandos seis potencias nucleares, tres por lado.
A Ucrania le apoyan con dinero y armamento la treintena de países de la NATO, aunque con algunas reservas públicas de su principal integrante. Rusia ha vuelto a mostrar su antiguo músculo, enfrentando sola a la NATO.
Pero desde el domingo 6 de junio algo han cambiado las cosas, por un sorprendente ataque de Ucrania con drones hasta las profundidades de Rusia. Como esta demostración de fuerza es de un país que se bate en retirada, que no tendría ni la capacidad militar ni técnica para hacerlo, es la opinión generalizada que debe haber recibido una cooperación de la NATO en información satelital, inteligencia, drones, transporte, armamento en general. Las cosas se agravan porque los países europeos más belicistas –como Alemania, últimamente– parece que quieren alargar la guerra, y ya no se contentan con proveer armamento a Ucrania para defenderse, sino también para usarlo contra Rusia en su propio territorio, con lo que se convertirían en combatientes directos. Esto ha provocado que la gigantesca China se solidarice plenamente con Rusia, declarando que, si armamento de la NATO es empleado contra Rusia, será considerado como si lo fuera contra China. Corea del Norte, también potencia nuclear, ha declarado la guerra a Ucrania. La reacción de Rusia es terrible.
En una guerra nuclear sin limitaciones no habría ni vencedores ni vencidos, y en una convencional, luce más fuerte el eje de Rusia y China. En las últimas guerras, empezando por Vietnam, Francia tuvo que abandonar, y su reemplazo, Estados Unidos, fue derrotado; en Afganistán, tuvo que retirarse. Por eso luce desproporcionada la amenaza de Francia a China de que, si no controla a Corea del Norte, la NATO intervendrá en el Asia. El líder chino se habrá sonreído. Las otras reacciones europeas tampoco lo habrán asustado mucho, porque ya no son las grandes potencias de hace dos siglos. Se diría que su apoyo a Ucrania solamente está alargando una guerra que no puede ganar. En la apreciación de muchos, la verdadera causa del conflicto es la de que la NATO quiso incorporar a sus filas a Ucrania y debilitar así a Rusia. Un compromiso formal de que eso no ocurrirá eliminaría la causa del conflicto.
En Latinoamérica no se nota mucho el problema europeo, pero las consecuencias serían graves para sus economías. El Ecuador lo sintió cuando quiso ceder armamento ruso a Ucrania y tuvo que desistir. (O)