‘Nos dijeron que era zona de (Los) Choneros, nos tuvimos que ir’: científicos denuncian que no pueden investigar en áreas de importancia ecológica por la inseguridad

Alicia (nombre protegido) es bióloga y trabaja realizando pruebas y estudios ambientales para compañías, por lo cual debe desplazarse a zonas rurales regularmente.En una de esas ocasiones fue con un grupo de colegas, todas mujeres, a analizar un sitio en la provincia de Los Ríos. Ya iban a realizar el levantamiento de datos cuando se les acercó un grupo de muchachos a preguntarles quiénes eran y qué estaban haciendo.“ Nos dijeron: ‘Esto es territorio de (Los) Choneros. No es la zona que están buscando ’”, recuerda Alicia. Se fueron y no volvieron a visitar el sitio.Alicia también se ha topado con cazadores armados y ha sufrido robos de cámaras trampa, que se usan para monitorear vida silvestre en distintos ecosistemas. Se las deja en el campo por mucho tiempo y captan y guardan material valioso.“Siempre nos advierten que no vayamos mucho a una u otra zona, o que tengamos cuidado con piratas en puntos costeros ”, explica Alicia.En cuanto a protocolos de seguridad, Alicia indica que la primera regla es no salir solos a hacer labor de campo, particularmente durante salidas de noche. Cuando hace trabajos para empresas, estas suelen contratar a gente de comunas cercanas, que sirven como ‘macheteros’, guiando a los técnicos y ayudándolos a despejar caminos en lugares donde la vegetación es densa.Roberto (nombre protegido) también ha sufrido robos y destrucción de sus cámaras trampa. Él maneja un proyecto de monitoreo que funciona en bosques desde Manabí hasta Guayas, y los hurtos y destrucción de cámaras le han costado más de $ 10.000 hasta la fecha. “Hay ocasiones en que no se las roban, pero las queman, solo encontramos el árbol incinerado y restos de los plásticos”, indica Roberto. “Es un problema, porque son recursos que nosotros sacamos de donde sea para poder hacer investigación y, sin embargo, desaparecen”.Pero más allá del valor monetario, el material de las cámaras representa meses enteros de información científica perdida, además del esfuerzo de ir a instalar los equipos.A veces Roberto y sus colegas se meten, sin saberlo, a zonas controladas por el crimen organizado, y han notado que los vigilan sujetos en motos. En ocasiones les han pedido que se retiren. “Por la situación del país uno ya ni pregunta por qué nos sacan”, dice Roberto.“Conozco gente que les ha pasado cosas bastante más feas, que los han secuestrado, vacunado ”, señala el científico. “Ese es el temor que tenemos nosotros al ir al campo, donde no hay ni señal de celular”.Antes de salir, Roberto y sus colegas analizan el nivel de riesgo: ya saben que hay zonas a las que no pueden ir. Una vez en el campo, el procedimiento es mantener un perfil bajo y evitar confrontaciones, continúa. Si ven que los vigilan mucho, se retiran o tratan de agilizar el procedimiento.Un investigador del Instituto Nacional de Biodiversidad (INABIO), quien prefirió el anonimato, también ha tenido experiencias similares: se encontraba buscando una especie endémica en una localidad del sur del país, en un sector minero, cuando un hombre se bajó de un auto blindado y le dijo que se retirara, pues “el lugar es peligroso”.“En esa zona existen anfibios, reptiles y aves endémicas, pero ya no se puede ir a trabajar allá. Es muy peligroso”, agrega este científico. “Ya he visto en las últimas noticias que los militares han entrado y apresado a miembros de Los Lobos, que tienen secuestrada a la industria minera ahí ”.También cuenta que en sus viajes siempre los lugareños le advierten que no se acerque a ciertas zonas, que huyan con su equipo investigativo si ven que los vigilan, y no trabajar en la noche, lo cual limita la labor de investigación.Recalca que trabajar en provincias como Esmeraldas “siempre fue peligroso”, pero sí podían ingresar a investigar. Ahora la delincuencia organizada lo ha hecho imposible.Por ejemplo, el científico cuenta que en una ocasión le dijeron que no entre a una área específica de la provincia de El Oro, pues le “podían hacer algo (...). No entré y no voy a entrar”.El investigador del INABIO cree que los temas de seguridad para los científicos en el campo no se discuten mucho en esos círculos. “(Sobre esto) nunca ha habido una mesa redonda (...). Sería bueno transmitirnos experiencias de cómo cada científico se maneja, pero no conozco vivencias de algunos de mis compañeros”.Señala, además, que no poder ingresar a investigar en ciertas áreas genera huecos de conocimiento difíciles de llenar, especialmente de zonas prioritarias de conservación, como los bosques secos de Manabí, Guayaquil y El Oro, donde dice que “no es seguro ingresar” y que las universidades ya no envían a sus equipos de científicos ni estudiantes a ciertos sectores por precautelar su seguridad. (I)

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