El hambre y el desperdicio de alimentos van de la mano. Quienes sufren por no comer observan cuánto se malgasta al tomar las sobras en restaurantes o hurgar en la basura

Fernando Quezada llegó a Guayaquil hace un año decepcionado por un problema personal que prefiere no contar. En Cuenca donde vivía tenía la comida caliente y una cama para ver televisión tras la jornada laboral. “Lo simple de la vida que valoras al perderlo”, dice. 

Al arribar a la capital de Guayas le robaron y debió vivir en la calle. Comía las sobras que quedaban en los platos de los restaurantes del Malecón Simón Bolívar. “Una vez una pareja medio picó, en ese plato había carne, pollo, chuleta, menestra, todo eso lo metí con todo y bandeja en una funda. Fue un día de gloria”, recuerda sonriente.

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El Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG) y  la Organización de  las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés) realizaron el “Diagnóstico cualitativo y cuantitativo sobre la Situación de las Pérdidas y Desperdicios de Alimentos (PDA) en Ecuador” en el 2017. 

El estudio indica que la pérdida llega a 939.000 toneladas métricas (TM) de alimentos al año solo en las etapas de producción, cosecha y almacenamiento. No incluye lo que se desperdicia  en la industria, al vender o las sobras en mesa. 

Lo perdido está valorado en unos $ 334 millones  y con ello se  alimentaría a 1,5 millones de personas , según la FAO, equivalente al 8,8% de la población  actual.

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Esta última entidad calcula que 1,3 millones están subalimentadas en el país, es decir, lo que comen no alcanza a cubrir la demanda energética mínima que necesitan para llevar una vida saludable. 

Es una cifra que no ha variado en los últimos tres años, dice John Preissing, representante de la FAO. “No hemos mejorado, pero en momento de crisis económica como la que vive el país eso es más difícil. El hecho que no haya subido es algo importante”, recalca.  

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En los basureros de los mercados como el de Montebello, en el norte de Guayaquil, se evidencia el desperdicio de alimentos. Foto: Ronald Cedeño

La producción nacional bruta de alimentos alcanza los 25,93 millones de toneladas al año, según la Hoja de Balance de Alimentos (HDBA) preliminar. El cálculo lo hace el MAG priorizando 24 rubros agrícolas. 

No desperdiciar es paliar en algo el hambre. Los Bancos de Alimentos creados en Guayaquil, Quito, Cuenca y Loja buscan frenar el desperdicio.    

El sector industrial es uno de sus principales proveedores, dice Luis Salvador, vicepresidente de la Cámara de Industrias de Guayaquil, mediante dos vías. 

La primera es donar la producción con fallas pero que es apta para el consumo humano, como los fideos que salen de un tamaño distinto al que requiere el producto final para ir a percha. 

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La segunda vía es donar lo que está próximo a caducar. La red a la que nutre el Banco de Alimentos Diakonía creado en Guayaquil en 2011 tiene demanda diaria. “Todo lo que llega, sale en 24 horas para ser consumido en las fundaciones”, afirma Salvador, quien admite que todavía hay la necesidad de que muchas más industrias hagan sus donaciones.

Fernando Quezada, de 55 años, dejó la calle y ahora es asistido por el Refugio del Espíritu Santo donde realiza artesanías que luego vende. Foto: Ronald Cedeño

Las normas para determinar el gasto deducible de la declaración del Impuesto a la Renta señala que los alimentos y bebidas que no puedan comercializarse tienen que ser destruidos frente a un notario público para que aquello sea deducible del pago del tributo. Hay industrias que prefieren destruir, dice Salvador, pero si los donan a Diakonía, esos productos pueden también deducirse, acota.

De la industria guayaquileña “sería importante tener proteínas vegetales, arroz. No recibimos muchas donaciones de enlatados de atún y de proteína animal”, asegura Isabel Pazmiño, miembro del directorio de Diakonía.

El Consejo Empresarial para el Desarrollo Sostenible señala que en supermercados, hoteles y  patios de comidas de centros comerciales de Guayaquil se desperdician 103.568,4 kilogramos de alimentos al año.

Los desperdicios de los supermercados están valorados en $ 144.000 y los de los patios de comida en
$ 33.000.  

El hambre y la desnutrición en Ecuador no es por el déficit de alimentos, sino por la pobreza, la mala distribución de los productos, más hábitos no saludables al comer, dice Pazmiño.  

Diakonía ha rescatado del desperdicio 129 TM de productos frescos del mercado de mayoristas Montebello, en Guayaquil, desde enero del 2018 hasta mayo pasado. Doce jóvenes practicantes recorren los 400 puestos del lugar los martes, jueves y sábado desde las 06:00 para pedir lo que solidariamente quieran darles.

Los voluntarios del Banco de Alimentos Diakonía separan lo malogrado de lo que aún puede servir como comida en un puesto del mercado de Montebello. Foto: Ronald Cedeño

Ellos reciben el apelativo de ‘Los rojos’ o ‘la marea roja’ por parte de los comerciantes debido a que llevan camisetas de ese color. Como respuesta están los que siempre aportan y los que nunca han donado y se molestan. “Tiran cloro en los alimentos”, dice Martín Ochoa, uno de los que va en los recorridos. 

Las comerciantes Vilma Villagrán y Gladys Pineda marcan la diferencia. Ellas siempre tienen un saco con piñas,  papayas o limones para entregar.

María José Mendieta, coordinadora en Diakonía del proyecto Fruver (iniciales de frutas y verduras), dice que con lo rescatado se alimentan a 22.340 personas de 54 fundaciones. Sus delegados van a las bodegas (ubicadas en La Prosperina) para retirar lo que se recauda. Pero, recalca Pazmiño, “solo en Guayaquil y sus alrededores unas 300.000 se acuestan sin comer cada día, según la FAO”. 

Hoy hay 821 millones de personas en el mundo con hambre. El 12% de la población de América Latina y el Caribe está subalimentada, dice Ana Catalina Suárez, directora regional de Global FoodBanking Network (GFN por sus siglas en inglés) –que da seguimiento a los bancos de alimentos del mundo–.

Ella asegura que recién se ha tomado mayor conciencia sobre el desperdicio. “La FAO se creó en 1945 y recién en 2016 (71 años después) se plantea en la agenda global, en el doceavo objetivo desarrollo sostenible sobre la producción y consumo responsable, la meta de reducir en un 50% la pérdida y el desperdicio de alimentos en el mundo”, asegura.

Hay un origen cultural que conlleva a la pérdida de alimentos. “Creemos que botar comida es normal es necesario valorar los alimentos, cuánto tuvimos que trabajar para comprarlos, cuánta energía, agua, tierra se invirtió en la producción”.

En el campo, por ejemplo, cuando sube el precio en el mercado, la decisión de los campesinos es destruir la producción para no afectar el valor. “Se da a los animales o se deja malograr como abono”, indica Suárez. 

En las ciudades se desperdicia lo que queda en el plato, lo que no se compra porque lo ven con fallas como un banano con rayas, más lo que se cayó de la estantería y se averió.     

En el sector industrial hay temor de que ya nadie querrá comprarles si donan lo que no venden y está por caducar o lo que sale con fallas. “A los que prefieren destruir  les digo que jamás podrán venderle a los que reciben la donación. Son personas que en promedio viven con $ 2 al día para dormir, comer, bañarse y transportarse. ¿Cuál es la posibilidad de que alguien que gane eso se compre una manzana?, ninguna”, asegura.  

Lo complejo es recoger de los hoteles y restaurantes. Aquí resalta el ejemplo de El Cairo en Egipto, cuyo banco de alimentos rescata unos $ 5 millones al año en comida de ese eslabón. “Los mismos locales generaron unas cajitas donde va el arroz, la proteína, la ensalada por separado”, dice Suárez. 

En Guayaquil se recauda el pollo, el arroz, la menestra, todo lo que se preparó y al final de la jornada no se vendió en ocho de los locales de la cadena Kentucky Fried Chicken. El plan es parte de un piloto de Diakonía en el que ya se recolectó más de 20 TM en los últimos dos meses.

Fernando Quezada ha recibido parte de estas donaciones desde que hace cinco meses es asistido por el Refugio del Espíritu Santo (RESA) de la Arquidiócesis de Guayaquil. Él da testimonio que los restaurantes prefieren botar antes que dar. "He visto panaderías que botan hasta 300 panes”.

En RESA, donde las personas en situación de calle pueden pasar el día y desayunar, almorzar y merendar, hay que racionar cuando la demanda es alta y no hay comida suficiente, afirma su coordinador, Marcos Escalante. “La semana pasada no teníamos arroz y hay tardes en las que meriendan galletas y con ese deben estar hasta el día siguiente que les damos el desayuno, sino consiguen comer en otro lado”, asegura. (I)

En los basureros de los mercados como el de Montebello, en el norte de Guayaquil, se evidencia el desperdicio de alimentos. Foto: Ronald Cedeño