Los delfines revoloteaban frente a la isla Santay, al pie de Guayaquil. Hace 30 años, a la altura del segundo puente de la Perimetral, en el sur de la ciudad, se podía observar el salto de estas especies.

En las décadas de los ochenta y noventa era común verlos en el trayecto de Guayaquil a la isla Puná.

El número de delfines nariz de botella (Tursiops trunca tus) que viven de forma permanente en el estuario interior del golfo de Guayaquil es de entre 200 y 300, en el mejor de los casos, según las estimaciones recientes.

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Hace 30 años se contaban 620 por lo que hay una reducción del 52 % si se es optimista y quedan 300 de ellos. La disminución es abrupta, en unos puntos más que en otros debido a estas causas:

  1. La interacción con las redes, ya que quedan enredados en las artes de pesca.
  2. La colisión con embarcaciones que van a altas velocidades en medio del tráfico marítimo.
  3. La contaminación de las aguas estuarinas del golfo de Guayaquil.

El ecosistema incluye a la isla Puná, El Morro, Posorja, Playas Villamil, estero Salado, la zona de Machala, Naranjal, Balao y la costa de la Reserva Manglares Churute.

En la parroquia El Morro solo quedan 18 delfines, pero hace 15 años había 36, es decir, hubo una reducción del 50 %.

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La situación empeora en el grupo que vive frente a Posorja, pues solo quedan nueve, la tercera parte de los que había hace una década, indica Fernando Félix, biólogo marino e investigador, que ha monitoreado esta especie durante ese tiempo.

De esto se tiene evidencia con la identificación de las aletas dorsales de cada uno de los individuos.

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“Los delfines quedan atrapados en las redes de pesca, sobre todo las que son de fondo, en las que no se puede ver que el mamífero está y se ahoga, ya que deben salir a respirar a la superficie, en dos minutos que no salgan ya están muertos. Probablemente menos porque el trauma de verse enredados sin respirar puede causarles un paro cardiaco, no hay mucho tiempo para rescatarlos”, dice Félix

Son artes de pesca para capturar crustáceos como pangoras o langostas que permanecen hasta 24 horas sumergidas en la profundidad, algunas de ellas incluso no son recogidas y son un peligro. Los delfines deben luchar para salir de estas redes fantasma, lo que les deja heridas e incrustaciones en la piel.

Además, quedan atrapados en las redes de superficie, pero en ellas la esperanza de sobrevivir es mayor ya que eventualmente pueden hacer una maniobra, salen y respiran. Con el resultado de heridas que al infectarse ocasionan una muerte lenta si no son curadas.

La otra causa de mortalidad es la colisión en medio del intenso tráfico marítimo, principalmente lanchas rápidas que transportan personas, alimento e insumos para las camaroneras; también, con las naves recreacionales o las mismas que se utilizan para observarlos que parten desde la parroquia rural El Morro, en el cantón Guayaquil.

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“Todo tipo de embarcaciones representan un riego, especialmente para los más pequeños. Estamos viendo una alta mortalidad de animales muy jóvenes, una vez que son destetados a los tres años de edad van desapareciendo. La mayor cantidad de enredados y muertos son subadultos, jóvenes que por la falta de experiencia son mas vulnerables y víctimas de estas colisiones. Esto no permite el recambio generacional, entonces las poblaciones están muy viejas”, afirma Félix.

Los delfines del golfo de Guayaquil son mamíferos por lo que salen a la superficie para respirar. Foto: CORTESÍA FERNANDO FÉLIX

La tercera causa es más compleja y tiene efectos a más largo plazo. Se trata de la contaminación de las aguas estuarinas del golfo de Guayaquil, a las que llegan desde el interior del país los ríos contaminados con pesticidas y herbicidas usados en la agricultura, indica Judith Denkinger, profesora de la Universidad San Francisco de Quito (USFQ).

“Esto impacta en la reproducción de los delfines y ahora con la construcción del nuevo puerto, todo el ruido que viene con las construcciones y el tráfico marítimo, todo eso les afecta. Cuando cazan en estas aguas turbias más dependen de detectar su presa acústicamente vía ecolocalización, con todo ese ruido bajo el mar se les dificulta”, asegura la especialista.

Estudios de hace cinco años en la zona del Atlántico Norte concluyeron que las orcas no se están reproduciendo, refiere Denkinger, por la alta contaminación acumulada de PCB, uno de los contaminantes más tóxicos para los organismos vivos.

Una de las soluciones es la colocación de plantas de tratamiento en las poblaciones que vierten sus aguas residuales sin tratar a los ríos que desembocan en el golfo de Guayaquil. “Hay que revisar el uso de pesticidas en las zonas agrícolas, con eso podemos darles un respiro”, indica Denkinger.

Las hembras del grupo que vive en El Morro y Posorja están en la edad más adulta, por lo que la fertilidad disminuye y ya no producen tantas crías como antes.

De por sí tienen una baja tasa de reproducción, una sola cría cada tres años cuando las hembras inician su reproducción, que es cuando alcanzan la edad de cinco a seis años. El periodo de crianza dura tres años, asegura Denkinger.

Pero la reproducción baja cuando las hembras son más viejas y solo procrean una cría cada seis años, agrega. Las hembras de la comunidad de Posorja ya son muy adultas y el 40 % de las crías que tienen mueren en el primer año. A los tres años fallecen más del 50 %, entonces no hay un recambio generacional, asevera Félix.

Las proyecciones indican que si todo sigue igual los delfines desaparecerán de El Morro, en 60 años, y de Posorja, en 20 años. “Esto si las trayectorias poblacionales continúan y no hacemos nada al respecto”, manifiesta el especialista.

Estos delfines pueden vivir hasta 80 años y los de El Morro comen principalmente peces de fondo como sardinas y cangrejos, según Denkinger.

Los contaminantes que están en el agua se acumulan en la grasa de los delfines, como el mercurio y el plomo. “Cuando la hembra da de lactar da una inyección de leche y de todos estos contaminantes, entonces las crías desarrollan un sistema inmunológico débil y no tienen la posibilidad de llegar a la adolescencia”, agrega la catedrática.

Uno de los delfines del golfo de Guayaquil arrastrando redes de pesca impregnadas a su cuerpo. Foto: CORTESÍA FERNANDO FÉLIX

Lo que refleja la riqueza en biodiversidad del Ecuador, ya que se trataría de una subespecie única, es un aspecto negativo y preocupante pues son ejemplares que solo pueden reproducirse entre sí y se han ambientado a vivir en el interior del golfo de Guayaquil, en las aguas salobres (mezcla de agua dulce de los ríos con la salada del océano Pacífico).

Al estar aislados miles de años ya no tienen vínculos con sus pares que viven en mar abierto y los que están en la franja de un kilómetro contado desde la costa entre Salinas y Esmeraldas, dentro de los límites del país, ya que la especie está presente en todo el mundo.

De los que viven frente a la costa del Ecuador ya solo quedan cien, añade Félix, amenazados por las mismas causas de los que se han aclimatado a vivir dentro del golfo de Guayaquil.

Los delfines del golfo de Guayaquil son residentes permanentes y nunca salen de estas aguas estuarinas interiores, en las que viven en comunidades, en grupos familiares con sus propios territorios. Unos en El Morro, otros en Posorja, Playas, Bajo Alto, isla Puná, Naranjal, Machala, estero Salado.

“Hicimos estudios de genética y de taxonomía y demostramos que los animales del estuario interior del golfo de Guayaquil son únicos y diferentes de los bufeos que viven a lo largo de la costa del Ecuador y también de los que están mar afuera. Son un linaje único y sería una lástima perder este patrimonio genético que tenemos. Están adaptados y evolucionaron para vivir en el ambiente estuarino, en el que cambia la salinidad durante el año y a veces con la misma marea”, explica Félix.

No todos han muerto, ya que algunos han emigrado a otras partes de los canales interiores del golfo de Guayaquil, sobre todo los machos que dejan las comunidades en las que viven cuando ya no tienen oportunidades de reproducción al haber pocas hembras.

Una de las zonas donde aún son relativamente abundantes es la franja costera entre Bajo Alto y Naranjal, entre las provincias de El Oro y Guayas, una zona donde hay menos pesca y en la que se contaron entre 50 y 60 el año pasado.

La investigación avanza hasta determinar que es una subespecie del delfín o bufeo costero. “Hay un proceso de especiación (proceso mediante el cual una población de una determinada especie da lugar a otra u otras especies). El próximo año tendremos resultados al respecto porque se trata de demostrarlo genéticamente y tiene que ser científicamente validado y aceptado por comités internacionales de taxonomía”.

Los delfines tienen una compleja relación social

Los operadores turísticos tienen que cumplir reglamentos como no acercarse tanto a los delfines de El Morro. Foto: CORTESÍA FERNANDO FÉLIX

Los delfines tienen el nivel de inteligencia de los primates, por lo que poseen relaciones sociales complejas, asegura Denkinger.

Perder miembros de la familia para ellos es tan grave como sucede con nosotros los humanos”, añade.

Incluso tienen sonidos específicos para identificar y llamar a los distintos miembros del grupo. “Toda su vida social es comunicación, hablan todo el tiempo y se colocan nombres”.

Las comunidades que viven en los distintos puntos del golfo interior de Guayaquil se relacionan poco entre sí.

El grupo de diez que vive entre Playas y Data de Posorja es independiente de la comunidad de El Morro y la de Posorja, al igual que del resto de núcleos.

“Hay muy poca conectividad entre los de Playas, El Morro y Posorja porque son muy territoriales. Tienen una compleja estructura social y viven en grupos familiares durante toda su vida, no se mezclan tan fácilmente. Estas asociaciones no son al azar, depende del sexo, la madurez sexual de los animales. Solo los machos se mueven un poco más. Las hembras permanecen en los mismos lugares con sus crías”, manifiesta Félix.

En cada grupo hay dos machos alfa que son los que mayormente se reproducen. El dominio de ambos puede durar varios años hasta que otros machos los reemplazan. Estos últimos pueden surgir del mismo grupo o llegar de otras comunidades.

“Hay que tomar en cuenta los aspectos sociales de estos animales, necesitan un número mínimo, una familia para vivir. No solo hay que medir los parámetros demográficos de abundancia, reproducción y tasas de nacimiento”, agrega el especialista.

Su función ecológica es la de un depredador tope en el ecosistema del golfo. “Juegan un papel importante ya que controlan la salud de los peces de los que se alimentan, ellos atrapan por lo general a los más débiles por lo que quedan los saludables”, dice Denkinger.

Con proyecto se busca cambiar las redes de pesca y ayudar en la recuperación de los delfines

El bufeo o delfín del golfo de Guayaquil está en proceso de ser considerado como una subespecie dentro del mundo científico. Foto: CORTESÍA FERNANDO FÉLIX

Uno de los objetivos del convenio firmado entre la Municipalidad de Guayaquil y el Fondo Mundial de la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés), capítulo Ecuador, en abril pasado, es la creación de un plan de acción para conseguir la recuperación de los delfines que viven en las aguas interiores del golfo.

Las medidas incluyen la concienciación de los pescadores para que disminuyan la marcha cuando observen a los grupos de delfines y conseguir un cambio de las artes de pesca que utilizan con el fin de reducir la mortalidad directa.

Hay un proyecto piloto que empezó la semana pasada con el que se busca reemplazar las redes de fondo que utilizan los pescadores del cangrejo pangora, en Posorja. “Los he invitado a probar unas trampas de plástico compradas con financiamiento de WWF y que vienen de Estados Unidos. Si finalmente se consigue el reemplazo, ganamos una pequeña batalla en la lucha para la conservación de los delfines”, afirma Félix.

Esa es una de las principales causas de muerte de los ejemplares de esta zona, añade. ”Hemos liberado cuatro delfines del lugar y observamos que arrastran restos de estas redes como sacos o pesos, lo que se utiliza para colocar las redes de fondo. A veces rompen el aparejo y se van llevando parte de la red. Estos cabos y piolas se van incrustando en la piel del animal”.

Hay que controlar también, agrega Denkinger, el ruido marítimo. “Usar motores que no emitan tanto sonido o que se mantengan en un canal para dejarles su espacio a los delfines. El sonido debajo del agua se transmite mucho más fuerte que en el aire y son animales altamente acústicos con un oído mucho más sensible que el nuestro”.

María Fernanda Rumbea, directora de Ambiente del Cabildo de Guayaquil, afirma que el convenio es un primer paso en la recuperación de esta adaptable especie. “Estas especies nativas son bioindicadores, la gente tiene que conocer para enfrentar esta problemática. Si se extingue desaparece el depredador natural de ese ecosistema ya que controla los bancos de peces, si se pierden estos depredadores naturales, esta cadena en la que todo está conectado se altera”.

La primera acción del convenio es la realización de mesas de trabajo con la comunidad, operadores turísticos, delegados de los ministerios del Ambiente y Turismo, de la Empresa Municipal de Turismo, Conservación Internacional Ecuador y WWF Ecuador con la finalidad de elaborar el plan estratégico para la protección de los delfines costeros.

“El puerto de aguas profundas es un factor que afecta pero no es una amenaza principal. Las reales y que están identificadas son el turismo, la pesca artesanal y la contaminación del mar”, asegura Rumbea. “Los propios promotores turísticos no respetan el reglamento de salida de las embarcaciones y laceran sus cuerpos con las aspas de los motores, los golpean al acercarse mucho. Los turistas no respetan y se lanzan para cogerlos”. (I)

Uno de los delfines o bufeos del golfo de Guayaquil. Foto: CORTESÍA FERNANDO FÉLIX