Debo confesar que me encanta desmitificar ciertas frases “motivadoras”, y esta es una de aquellas que más urticaria me genera. Entiendo perfectamente que suele usarse como una alusión a identificarse o incorporarse en los desafíos de la empresa, pero la verdad es que una camiseta está hecha para ser cambiada. Si no, imagínense usarla todos los días, en el mejor de los casos, terminaría deshilachada y descolorida.
Pero volvamos al problema en sí, que es aquella necesidad de que las personas que conforman la organización se involucren afectiva y efectivamente con ella. Conseguirlo es totalmente posible, pero debo enfatizar que es una moneda de dos caras.
Evolución de la autoridad: la que se adquiere y la que se gana
Desde el punto de vista del líder de la organización se debe entender que las personas ya no se mueven por marcas, tampoco por el estatus o -incluso- por el dinero, sino que se enganchan emocionalmente con un propósito inspirador. Pero este enganche es un primer momento, pues la identificación realmente se completará cuando el colaborador vea que las acciones y decisiones de los líderes son coherentes con este propósito, y, además, que es capaz de crecer y aportar en esta organización. En pocas palabras, las personas se quedarán donde sean valoradas y tengan la posibilidad de crecer profesional y personalmente.
Pero ahora veamos el lado del colaborador, puesto que, aun cuando hay líderes que impulsan un propósito loable, no todas las personas están preparadas para acogerlo. Y ahí es donde encontramos estos “maestros de la queja”, que a todo esfuerzo del líder le ven un efecto negativo. Si tanto le disgusta ese lugar, puede hacer como dice la letra de una amena canción “quítate tú pa’ ponerme yo”. Las empresas, así como las personas que las conforman, tienen sus defectos, pero también muchas virtudes, y dependerá de los colaboradores gestionar su talento para minimizar los primeros y aumentar los segundos.
Por eso, el gran desafío para generar identidad está en ponerse en el lugar del otro y mirar la realidad desde esa perspectiva. Por un lado, está el empresario que pone en juego su capital; por el otro, el colaborador que apuesta por su crecimiento profesional. Y detrás de todos hay familia, sueños e ilusiones. Por eso, un líder no obligará a ponerse la camiseta, sino que, con su testimonio, invitará a emprender un camino donde —los que quieran acompañarle— aúnen su esfuerzo para conseguir ese propósito que tanto ilusiona. (O)