Nuestro invitado
Rafael Correa ha ganado su reelección con una mayoría sesgada a las reglas de juego y no con una mayoría real. Ganó alcanzando solo el 45,2% de la preferencia de los votantes que asistieron a las urnas. El sistema electoral ignora al voto nulo y al voto en blanco, tal como ignora un lobo a su presa cuando el hambre cesa. Lo mismo ha pasado persistentemente con presidentes anteriores desde que salimos de la dictadura militar. Nuestra metodología de conteo logra que la minoría se disfrace de mayoría para celebrar su fiesta vistiéndose de democracia. Es absurdo que nuestras constituciones nos hayan obligado a votar a todos durante tantos años, y cuando acudimos empujados por la ley o por no lidiar con la multa, al final sea la misma ley la que dicte que el voto nulo y el blanco no son válidos.
Para el sistema, estos votos carecen de valor, aunque pueden provenir de decisiones mucho más pensadas y convencidas que aquel voto que se da a un candidato solo por ser el más simpático o el más varón. Mucha gente acude a votar sin meditarlo y lo hace por cualquiera. Esos votos -frágiles de análisis- deberían ser considerados tan inválidos como los nulos y los en blanco.
El voto tiene que dejar de ser obligatorio. Un derecho nunca debe ser confundido con una obligación. Aquellos políticos que se aferran al poder, tal como se aferra un oso polar al último tramo de hielo en el mar, no se atreven a enfrentarse con el voto voluntario. Es una cancha totalmente distinta, que les exige mucha más aptitud que actitud. Defienden su base electoral como hambrientas hienas y buscan desangrarla gota a gota hasta que se agote. El voto forzoso es una vieja receta latinoamericana que asegura la sustentación política de los eternos personajes. En sociedades europeas como la alemana, francesa y española, y los mismos colombianos y americanos, han superado ese escollo cada uno en su momento, y ahora se acercan a votar los que realmente quieren hacerlo por convicción. Los defensores del voto obligatorio suelen decir que no somos aún un pueblo lo suficientemente maduro para regirnos bajo un sistema de voto facultativo.
Es nuestra clase política la que tiene que demostrar madurez, y no pelearse como infantes por la base electoral que heredan proceso tras proceso. Nuestro pueblo madurará cuando la ley los trate como adultos y les permita decidir a ellos mismos si quieren o no quieren votar. Asimismo, otros defensores del voto obligatorio insisten en decir que empujando al pueblo es la única forma de asegurar su participación democrática. Eso no es necesariamente cierto. En estudios se ha demostrado que hay sociedades con voto voluntario que reportan mucho menos ausentismo en sus procesos electorales que otros países en donde votar es obligatorio. El ausentismo está más relacionado con las ganas de votar del ciudadano y eso está estrechamente vinculado con la calidad de las propuestas de los candidatos.
Con el voto opcional, seguramente la demagogia y el derroche de fondos públicos para fines electorales no desaparecerán del todo, pero las ofertas deberán tener el valor suficiente para que nos hagan levantar temprano un día domingo de elecciones.
Ya la camiseta, la gorra, la tendencia de moda y la cuña no bastarán para dar nuestro voto al personaje más familiar. Los votos nulos y blancos tenderán también a desaparecer. Se volverá más puro el resultado. Rafael Correa repite siempre que él no quiere nada para él, sino todo para su pueblo. Pues, que su pueblo tenga la opción de no votar es, sin duda, una gran forma de comenzar.