Es absurdo pensar que cualquier presidente que realmente pretenda el bienestar de un país, no vea a la empresa privada como su principal socio para lograrlo. La empresa privada es el verdadero motor generador de empleos en la mayor parte del mundo. Desconocerlo es simplemente no vivir en este planeta. Pretender que sea el Estado el que genere permanentemente los trabajos que los pueblos necesitan, es como pedirle al gobierno de Rafael Correa que no nos invada con su publicidad. Es como pedirle peras al olmo. El emprendimiento privado goza de un compromiso de supervisión por el progreso de la inversión, infinitamente superior a lo que el dinero del Estado pueda inspirar en la mayor parte de los mortales. El dueño del dinero es el mejor doliente para cuidarlo y para hacerlo crecer. Cuando el dinero es de todos, muchos piensan que no es de nadie. En ese instante la corrupción acecha. Son pocas las personas que tienen la capacidad y la integridad de administrarlo con la prudencia y con la honestidad que el manejo de fondos públicos exige. El dinero necesita alguien que vele por su vida y su reproducción, de lo contrario se termina desintegrando de mano en mano.
Necesita un alma que riegue su tallo, y no solo un estómago que absorba sus frutos.
Si no tuviéramos petróleo ya hubiéramos reconocido hace décadas y con unanimidad el valor de la empresa privada en el bienestar de nuestra sociedad. El petróleo llena de soberbia a muchos de los gobiernos que lo tienen, menospreciando al potencial humano que sus pueblos cobijan. Sustentar la economía de un país en un medio no renovable, es como estar encerrado en una jaula con un león hambriento pero con una fuente limitada de filetes de carne que darle para alimentarlo. Que el hambre le llegue al león es solo cuestión de tiempo. La manera de asegurar las rentas fiscales del Estado es hacerlo dependiente de algo que realmente sea ilimitado, como lo es las ganas y la creatividad del emprendimiento privado. Nuestro Presidente cada sábado nos narra con destreza todo lo que hace durante la semana. Su recorrido es una oda a la empresa privada sin que él mismo lo note. El vehículo que lo transporta, la bicicleta que monta, el casco que se pone, el micrófono que usa, la ropa que viste, la carpa que le da sombra, el encebollado que se come, el jabón que utiliza, el diario que critica, la computadora que dirige, todos son producto del ingenio y el trabajo de la empresa privada. Debería tener un segmento en estos enlaces sabatinos para honrar con un caluroso discurso al pequeño, mediano y gran empresario. El mayor enemigo de los pobres es el desempleo, y el mayor enemigo del desempleo es la empresa privada. El discurso del Gobierno tiene que ir a favor de las empresas, y en contra específicamente de los evasores de impuestos y explotadores laborales. Pero nunca fundir en un mismo sermón a todos ellos. Leyes tributarias que motiven a las empresas, leyes ambientales que regulen su accionar, leyes laborales estables y empáticas con todos, un pueblo educado y saludable, infraestructura vial y de servicios básicos, y un discurso productivo son el marco que el Gobierno tiene que asegurarle a su pueblo. Si lo hace, sus rentas estarán garantizadas.