Luego de varias discusiones en foros internacionales basadas en informes científicos auspiciados por la ONU y otros organismos que activan en el campo del cambio climático, no queda duda de que la actividad seriamente impactada es la agricultura, tanto empresarial como familiar, tecnificada o no, pues las alteraciones meteorológicas no discriminan los cultivos; al sector productor, garante de la seguridad alimentaria, no le queda otra alternativa que adaptarse con eficacia a las incesantes transformaciones naturales atmosféricas que podrían resumirse en la permanente presencia de alzas incómodas de temperatura, unidas a lluvias intensas con períodos indefinidos de agobiantes sequías.

En esas inevitables circunstancias, la planificación agropecuaria debe realizarse tomando en cuenta un ambiente con potentes y duraderas olas de calor, con récords de humedad ambiental, de las que no se escapará Ecuador, por lo cual es impostergable que se inicien consistentes planes de mejoramiento hasta obtener vegetales que se acomoden o resistan los vaivenes climáticos que oscilarán entre entornos hipertérmicos, bajas bruscas, lluvias inesperadas o fuera de temporada, con sequías abrasadoras. Esto sería posible acudiendo a variedades obtenidas en medios artificiales que simulen esas realidades, para luego confirmarlas en el campo.

Colombia y Honduras han adelantado resultados de investigaciones en esa vía, tanto que la nación centroamericana exhibe frijoles que crecen en circunstancias adversas pero tolerantes a esas anomalías, apreciados como fundamentales para la nutrición popular. De forma parecida, nuestra vecina Colombia viene ejecutando proyectos de cruzamiento interespecíficos del fréjol común con una especie análoga y silvestre adaptada a los desiertos, conocida como frejol tépari, que evolucionó en Sonora, México, donde desarrolló mecanismos fisiológicos para tolerar el calor.

Expertos han determinado con claridad meridiana la afectación del cambio climático sobre la seguridad alimentaria y el bienestar poblacional, interfiriendo el crecimiento agrícola, reduciendo el consumo per cápita de calorías y agravando las cifras de malnutrición infantil ostensible en Latinoamérica, debiendo los países asumir como prioridad absoluta un plan nacional de adaptación al cambio climático exacerbado ahora por el fenómeno de El Niño, que disponga de cómodo financiamiento, convertido en aspecto clave en las agendas gubernamentales.

Hay que aumentar las inversiones en productividad e investigación agrícola y refundar los programas de extensión hacia el agro, mejorando la recopilación, difusión y análisis de las estadísticas climáticas mundiales y regionales, estimándose que para alcanzar ese objetivo se requerirían asignaciones en los países latinoamericanos en un monto no menor a $ 7.000 millones anuales, sin considerar los incrementos que resultarían del impacto de las influyentes corrientes de El Niño y La Niña, señaladas como una posibilidad altamente cierta durante el segundo semestre del 2023, cifra coincidente con el valor de los daños que ese evento ocasionó a los países andinos en 1997 y 1998. (O)