Algo decisivo pasó este año 2025 y quizás para muchos ha pasado inadvertido. El mundo se volvió absolutamente geopolítico. Es una realidad que afecta la vida de las personas, el futuro de las empresas y la competitividad de los países. Lo que antes parecía un asunto lejano, manejado entre Gobiernos y diplomáticos, hoy marca decisiones de inversión, define rutas de comercio y condiciona la estrategia empresarial.
Las tensiones entre potencias, los cambios en las cadenas globales de suministro, la disputa tecnológica, los efectos de conflictos armados y la presión por la energía limpia ya no son temas ajenos a la empresa. Son factores que entran a los directorios y, en mi criterio, deberían llevar a repensar los modelos de negocio, así como las amenazas, las oportunidades y los riesgos. Esto implica que muchas compañías deberían al menos revisar sus planes estratégicos considerando esta nueva realidad.
Recuerdo aquí a Henry Kissinger, quien advirtió que el poder mundial había dejado de ser militar o ideológico para convertirse en una arquitectura basada en intereses y percepciones. Esta lectura hoy ha cobrado vigencia en el mundo.
En este contexto, es evidente que EE. UU. marca la agenda global. Su liderazgo, su increíble poder tecnológico, su capacidad de financiamiento, sus alianzas internacionales y su influencia regulatoria son determinantes. No se trata de simpatizar o no con su política exterior; se trata de entender cómo sus prioridades afectan al resto del planeta. La relación con China, los controles sobre tecnologías críticas, la relocalización industrial, la necesidad de energía y la seguridad económica condicionan tanto a Gobiernos como a empresas. Ignorar esto es perder perspectiva estratégica.
A nivel local la lógica es similar. En Ecuador marca la agenda el Gobierno ecuatoriano. Sus decisiones, nos gusten o no, definen el marco donde operan los negocios. Y la prioridad del país hoy es clara: necesita flujo para financiar su déficit fiscal, exportaciones para incrementar las divisas y productividad para ser más eficiente. Ecuador se reveló este año, más que nunca, en su vocación exportadora. Más del 30 % de su PIB depende directa o indirectamente de las exportaciones. Ese dato no es decorativo; es estructural. Productos como banano, camarón, cacao, pesca y flores sostienen empleo, generan divisas y conectan al país con el mundo.
Es vital entender que la principal necesidad del Gobierno son recursos para sostener la lucha contra la inseguridad y la legitimidad social, apoyando a los sectores más necesitados en educación y salud. Esta es la ruta política y económica. Las empresas que no lean esta señal terminarán construyendo estrategias sobre expectativas que no existen.
La pregunta correcta ya no es qué queremos que ocurra, sino qué está ocurriendo. Y lo que ocurre es que el mundo se organiza según intereses, no según deseos individuales. El hecho de que las empresas comprendan esta nueva realidad les dará la posibilidad de enfocarse, alinearse y sacarles provecho a las circunstancias de sus negocios. Las que no, perderán tiempo esperando condiciones que ya no regresarán. Entenderlo es hoy una obligación estratégica. (O)












