¿Ha muerto la estrategia competitiva clásica a manos del algoritmo? La interrogante domina las salas de consejos, pues la velocidad vertiginosa de la inteligencia artificial (IA) está chocando con los ritmos de la planificación tradicional. Sin embargo, declarar la obsolescencia de los marcos de Michael Porter ante la llegada de ChatGPT o el aprendizaje profundo es un error grave. Esto no invalidan las reglas de la competencia, la aceleran radicalmente, transformando la naturaleza e interacción de los activos claves de la empresa.
Tuve que releer a Porter, pero a través de la lente de la “Economía de la Predicción” propuesta por Agrawal, Gans y Goldfarb. Noté que la IA provoca una caída dramática en el costo de la predicción. Si en economía, cuando un insumo fundamental se abarata, el valor de sus complementos se dispara, el complemento de la predicción algorítmica es el juicio humano. Como la “eficacia operativa” (hacer lo mismo que los competidores, pero más rápido) se democratiza y comoditiza instantáneamente gracias a la IA, la capacidad de juicio para diseñar un posicionamiento único y elegir qué no hacer se vuelve más crítica que nunca. La IA empuja la frontera de productividad hacia afuera para todos, pero solo una estrategia clara evitará caer en una guerra de precios destructiva.
Las dinámicas transformadoras con base en IA convierten a la tecnología en el sistema circulatorio de la organización, reinventando actividades y conexiones. Así lo muestran empresas que han logrado un ajuste sistémico difícil de replicar. Shein ha redefinido la relación con el proveedor y la asignación de recursos mediante su modelo de “Real-Time Retail”. Sus algoritmos predicen la demanda y orquestan miles de talleres, produciendo micro-lotes en tiempo real, eliminando desperdicio de inventario y satisfaciendo al cliente personalizada e instantáneamente. Con IA, Moderna escala la innovación biológica y multiplica la productividad de sus procesos centrales. Al tratar el ARNm como “software de la vida”, sus algoritmos optimizan secuencias genéticas antes de tocar una pipeta, reduciendo años de I+D a meses. John Deere ha transformado su propuesta de valor con IA: sus máquinas See & Spraydeciden, cada milisegundo, dónde aplicar herbicida. Al pasar de rociar campos enteros a tratar plantas individuales, cambia el modelo de asignación de recursos y vuelve a la empresa un socio indispensable de datos agronómicos, elevando las barreras de entrada y el costo de cambio.
La conclusión es clara: no estamos ante el fin de la estrategia, sino ante el nacimiento de la fluidez estratégica. No se trata de carecer de una posición competitiva sólida, sino tener la capacidad para utilizar la predicción algorítmica y reconfigurar sistemas de actividades en tiempo real, manteniendo la coherencia con su propuesta de valor única. En esta era, la ventaja competitiva sostenible pertenecerá a quienes logren la simbiosis perfecta: tecnología predictiva con precisión de bajo coste y líderes humanos con el juicio estratégico para construir sobre esas predicciones un sistema de actividades irreplicable. (O)