Qué refrescante es el silencio de candidatos, ver cuadrillas retirando carteles y sobre todo no oír de ataques y asesinatos… al menos durante varias horas. Es como estar en otro mundo. Lastimosamente de nuevo recomienza la rueda de opiniones, rumores, insultos e intento de ganar adeptos atacando al adversario en temas banales, esquivando los asuntos de fondo. ¿No habría cómo hacer las elecciones en una semana, máximo 15 días? Estamos listos… Quizás los políticos y sus acuerdos posibles no…
Se han dado varios hechos sorprendentes. Los debates se ven, se escuchan, se comentan, se hacen memes y pueden decidir elecciones o por lo menos cambiar la intención de voto.
Eso indica una ciudadanía más exigente y menos clientelar. Que arriesga más a pesar de que unos ponen en juego la estabilidad de sus trabajos con sus opciones y por eso guardan un silencio que las miradas desdicen en el brillo repentino cuando oyen comentarios que alaban a su elegida/o. Los jóvenes parecen haber encontrado cauces para identificarse con algún candidato.
La consulta sobre el Yasuní y el Chocó Andino fue meditada; la conciencia del cambio climático y nuestra responsabilidad en él está más democráticamente extendida. No es tema solo de académicos y movimientos ecologistas, también lo conversan vecinos y amigos.
Los grupos menos favorecidos regularmente apoyan más el statu quo que los grupos más favorecidos. “Las personas que más sufren por una determinada situación son paradójicamente las menos propensas a cuestionarla, desafiarla o cambiarla”, sostiene Adam Grant en su libro Originales. Porque asumen que su situación es lo normal, que así les toca, que es mejor no innovar demasiado, para no arriesgar la poca estabilidad que tienen. Da además una sensación de cosa conocida, de cierta seguridad en las tierras movedizas de tanta angustia, es como un relax en el desasosiego. Un salvavidas que permite sobrevivir en la incertidumbre.
Sin embargo, las elecciones que acabamos de vivir suponían asumir riesgos después de vivir conmociones colectivas producidas por una violencia que sacude los pilares de la democracia. Pero el miedo no detuvo la afluencia de ciudadanos a los lugares de votación.
Porque tenemos fe en que las cosas cambiarán para bien y que todos tenemos que arrimar el hombro...
Fue bueno el reconocimiento sencillo, rápido, sin dramas y alabando los méritos de los ganadores, por parte de aquellos que perdieron.
Ahora tenemos una pausa, para prepararnos para otra jornada electiva y cuando llegue el día votar como si el futuro del país dependiera de nuestro voto, sabiendo que depende de todos. Y dispuestos a aceptar con ganas los resultados finales, si estos son transparentes, porque respetamos las decisiones ajenas como las propias.
Porque tenemos fe en que las cosas cambiarán para bien y que todos tenemos que arrimar el hombro, estar vigilantes como cuando cuidamos a un enfermo que está en cuidados intensivos, pendientes de sus signos vitales, de su despertar. Porque ayudaremos a ponerlo de pie. Porque este país es donde vivimos, amamos y somos amados, donde posiblemente nos cubrirá su tierra el día que muramos. Porque es nuestra responsabilidad y nuestro orgullo, porque mucho de él está en nuestra sangre y muchas semillas nuestras están en sus surcos. Porque este país nos hace y nosotros lo hacemos. (O)