Detenerse en algunos momentos cruciales de la vida del destacado cineasta colombiano Sergio Cabrera –contada por Juan Gabriel Vásquez en la biografía Volver la vista atrás (2020)– puede permitir que varias generaciones de viejos revolucionarios latinoamericanos se examinen a sí mismos, con la perspectiva que da el paso del tiempo, y comprueben el increíble juego entre la lucidez y la ceguera que, obligados por su militancia política, vivieron por más de tres décadas a partir de los años de 1960. Debido a que sus padres abrazan la causa del comunismo, a los 10 años Sergio y su hermana menor Marianella viajan a Pekín.

La nueva generación

En la biografía hay dos relatos, uno sobre la vida en la China comunista y otro sobre la vida en el campo colombiano guerrillero, que permiten interrogarnos acerca de las quimeras que fabricamos los humanos. Cuando la familia Cabrera llega a la China, ese país vivía los coletazos del Gran Salto Adelante maoísta que trajo como resultado la muerte por hambruna de millones de chinos pobres; además, quienes se opusieron a la colectivización de los cultivos fueron ejecutados y cientos de miles de chinos murieron en campos de trabajo forzado. En ese contexto los jóvenes Cabrera se preparaban para hacer la revolución en Colombia.

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Pero de esto no se podía hablar porque aquello que dudara del éxito revolucionario era visto como calumnias orquestadas por la propaganda del enemigo. La estrategia era silenciar los fracasos, ocultar los errores y celebrar los dogmas en una sociedad en la que no se tomaba café porque, al ser este un estimulante, era considerado una droga y, ya se sabe, los revolucionarios auténticos no se drogan jamás. En plena Revolución Cultural el adiestramiento militar era obligatorio para escolares porque, a través del adoctrinamiento ideológico, se buscaba lograr una conversión proletaria para servir al pueblo y a la revolución.

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En verdad, ser revolucionario era ser fanático, pues la verdad no importaba, sino únicamente la adscripción a una fe que decretó la muerte de las viejas costumbres, la vieja cultura, los viejos hábitos y las viejas ideas. Una decisión delirante de los guardias rojos –mocosos que creían saber todo– hizo que el rojo de los semáforos indicara que los autos se detuvieran, porque el rojo era sinónimo del avance social (¡con verde, en cambio, había que parar!). Los jóvenes Cabrera Sergio entraron en 1969 a la guerrilla colombiana, al poco tiempo percibieron que las acciones de los subversivos eran parte de otro engaño.

Volver la vista atrás nos deja la enseñanza de que, en esos supuestos proyectos idealistas y utópicos, también cunden la inconsecuencia, el oportunismo, las trampas, los chantajes, la maldad, el abuso, los privilegios de los poderosos, las dobleces, las hipocresías. El espanto de lo que vivieron en la guerrilla los jóvenes Cabrera los descompuso humanamente por dentro. Para ellos fueron tres años robados en nombre de un ideal noble que no era otra cosa que una mezcla de fantasía y fanatismo; según Sergio, se produjo “toda una generación de latinoamericanos cuya vida quedó empeñada en una causa enorme” que fue todo un fracaso. (O)