Hace unos días me llegaron dos videos por WhatsApp completamente diferentes, pero ambos reflejaban las posibilidades del talento humano, sus límites y nuestra pequeñez grandiosa.
Uno de ellos era del rey de Baréin llegando a Dubái con su guardaespaldas robot, que habla seis idiomas, puede rescatarlo literalmente de una turba y llevarlo lejos, además de pelear físicamente, perseguir y disparar. Está armado con un láser eléctrico, un sistema de cámaras de 360 grados no revelado, secundado de un conjunto de cámaras infrarrojas, 3 ametralladores ocultas con suficiente munición para luchar contra 1.000 hombres y una ametralladora de francotirador guiada por láser. También lleva medicamentos y agua. El guardia Robocop costó alrededor de $ 7,4 millones. Ver la imagen es impresionante, oír el ruido de sus pasos en el aeropuerto, lo pequeño que parece el rey produce perplejidad.
Al comentarlo con algunas personas, además del asombro, dijeron que sería necesario algo semejante aquí. Asumían que tenía que estar al servicio de la justicia. ¿Y qué tal si lo tienen las mafias, los contrincantes? Pensaba todo el esfuerzo y tiempo necesario para crear el robot, las investigaciones requeridas, los estudios, los ensambladores de esa máquina… Cuánto esfuerzo para lograr exterminar rápidamente a quienes se consideran enemigos.
En el otro video hay una mujer tocando un instrumento que se llama Theremín, es un instrumento cuántico y es tocado apenas con la energía de las manos. Solamente tres países en el mundo tienen escuelas de música que enseñan a tocar el theremín: Rusia, Japón e Irlanda. Se llama así porque fue inventado en 1920 por León Theremin, quien se lo presentó a Lenin, quien quedó impresionado por su sonido y mandó a hacer 600 piezas y envió a León por todo el mundo para darlo a conocer. Es un instrumento que forma un campo magnético, se le llama el instrumento que toca sin tocar. Su sonido es como la voz humana. Y de nuevo el asombro nos deja sin palabras. Pero este es un asombro producido por la belleza, las realidades que palpitan y vibran, no por el poder y el miedo.
Personalmente me reafirma en mis convicciones más personales. Podemos cambiar el mundo si vibramos, conectamos, con esas realidades que no vemos pero que existen y se comunican entre ellas y con nosotros y en nosotros. Es el poder de lo que llamamos oración, meditación o cualquier forma de llegar al corazón del corazón. Pero requiere entrenamiento, silencio, escucha, requiere fluir, fundirse en esa realidad profunda cuyo centro de atracción es el amor, que es la fuerza más pura que existe y que mueve el mundo.
Alimentados como estamos de violencia, miedos, inseguridad, corrupción, asesinatos, no tiene mucha repercusión sostener que el futuro del país también depende de lo más bello y puro que somos capaces de crear y manifestar.
Depende no solo de los análisis y cálculos políticos, sino también de nuestra capacidad de sintonizar con el alma profunda del país que amamos, de su gente y su naturaleza, de sus montañas y sus ríos, de su fauna, su flora, sus comidas. Depende de que seamos capaces de hacer emerger como un milagro, un presente y un futuro de equidad, justicia y también belleza. Depende de, entre todos, lograr que amanezca. (O)