Es difícil predecir cuál será el curso que siga la crisis entre Ecuador y México. Si en algún momento se pensó que este diferendo podría superarse por la vía del diálogo, tal como lo ha exhortado el Consejo Permanente de la OEA, esa vía parece haberse cerrado o estar muy lejana. Cierto es que aún están muy frescos los eventos que llevaron a la ruptura de relaciones y que probablemente se necesite un tiempo para bajar las aguas. Pero la demanda que ha presentado México ante la Corte Internacional de Justicia y su descabellado pedido de que el Ecuador sea expulsado de dicho organismo no abonan a una solución amigable, sino que echa leña al fuego.

Mal menor

México nos sanciona

El art. 6 de la Carta de las Naciones Unidas contempla la posibilidad de que un Estado miembro sea expulsado de su seno. Pero la Carta exige que dicho Estado “haya violado repetidamente los principios contenidos” en ella y que la expulsión venga resuelta por “la Asamblea General a recomendación del Consejo de Seguridad”. Solo así podría el Ecuador ser expulsado de la ONU. Hay escasos precedentes: Yugoslavia (1992) fue suspendida por la Asamblea General, Sudáfrica fue expulsada (1974) pero luego readmitida, y está el caso especial de Taiwán (1971). Ecuador está lejos de haber incurrido en la infracción contemplada en el citado artículo de la Carta. ¿Por qué México ha hecho entonces tan absurdo petitorio? Probablemente haya pesado en ello el proceso electoral interno, así como su interés por captar la Secretaría General de la ONU, cuya elección se acerca. No será fácil dialogar en estas circunstancias. Buscar la humillación del otro y usarlo como un trofeo no es el camino para restablecer una amistad. Es más, a los magistrados de la Corte en La Haya no les hace gracia ser utilizados con fines político-electorales. Hay que añadir, sin embargo, que México con su demanda ha abierto la puerta para que el Ecuador exponga la otra cara de la moneda de esta lamentable crisis. El art. 80 del reglamento de la Corte expresamente reconoce que ella podrá admitir contrademandas o reconvenciones por parte de los Estados demandados. Si bien habrá que analizar su pertinencia en el presente caso, no es menos cierto que los Estados recurren a este mecanismo procesal. Hubo algunas reconvenciones entre 1950 y 1952, luego dejaron de usarse para reaparecer en varios casos a partir de 1997. Como dice el tratadista Sean Murphy, las contrademandas contribuyen a que la Corte Internacional tenga una visión más balanceada sobre la conducta de las partes.

Cadena de errores

Hay, pues, mucha tela que cortar. Las violaciones al derecho internacional cometidas por el Gobierno de López Obrador fueron graves. Ellas no pueden ni deben permanecer impunes. Como lamentablemente no se ve que exista por el lado de ese Gobierno un afán conciliatorio, a nuestro país no le queda otra que emprender una agresiva política internacional. Debemos responder ante el frenesí del presidente mexicano y los delirios insaciables del traidor de nuestra patria. La alternativa de no hacer nada no es una opción aceptable. Cierto es que nuestra crisis con México con el correr de las semanas probablemente vaya quedando de lado ante la vorágine de los conflictos globales que se avecinan: la agresión de Irán es solo el comienzo. Pero ello no disminuye la importancia del problema. (O)