Esa es la realidad, ratificada por las estadísticas, pero, sobre todo, sentida por la angustiada población; y, si no hay una reacción generalizada para detener esta marcha triunfal del delito, en poco tiempo no existirá el Ecuador como Estado libre, de segura convivencia. El Estado, sus instituciones, al momento lucen impotentes. A tal punto han llegado las cosas, que incluso el enjuiciamiento al presidente de la República ha pasado a un segundo plano, superado por la ola de crímenes y violencia que tiene aterrados a todos. Solo un movimiento patriótico nacional, sin distingos de ideología, puede alcanzar la regeneración nacional mediante nueva Constitución y leyes y nuevas gentes. ¡Oh juventud, cuánta falta haces!

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El presidente de la República debe admitir que su concepción del Estado pudo ser válida para épocas pasadas, pero no para enfrentar a las nuevas, terribles, realidades. Para enfrentar al crimen organizado ha escogido a algunas personas sin el conocimiento, la experiencia necesaria; ha nombrado inferiores para mandar a sus superiores en rango. El haber divido el Ministerio de Gobierno, creando el del Interior y ese parto de los montes que es la Secretaría de Seguridad, ha significado confusión de funciones y pérdida de eficacia.

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El asalto combinado por mar y tierra en Esmeraldas entra en el dominio de lo macabro: pescadores baleados sin misericordia en una operación de dos minutos perfectamente planeada y ejecutada como si fuera de una operación de comandos del ejército. Este hecho nos hace ver que no existe la inteligencia necesaria sobre las capacidades del adversario. La reunión convocada del Consejo de Seguridad para que tenga lugar en Esmeraldas –que habrá buscado, también, restaurar la confianza de los habitantes– fue cancelada o postergada por una indisposición, afortunadamente menor, del jefe del Estado. Pienso que debió tener lugar presidida por el vicepresidente o quien le siga en rango, para que la población no se sienta tan desamparada. El presidente necesita delegar. No pueden haber sido más desafortunadas las expresiones del ministro del Interior cuestionando la prevención de la Embajada de Estados Unidos sobre la ola de violencia en Guayaquil. Dijo que no era fuente oficial, que no se la había informado formalmente, ni quién era el informante, como si la Embajada fuera a delatarlo. La Policía en Guayaquil, afortunadamente, sí se la tomó en serio y activó las alarmas.

Actos de esperanza

El presidente está enjuiciado por un presunto peculado en Flopec. Pienso que podría abonar a su inocencia suprimiendo la existencia de Flopec, con lo que anularía todo ese entramado de corrupción que arteramente se ha sometido a los jueces de Nueva York. Las fuerzas de seguridad, de inteligencia, deberán estar muy alertas durante la fase final del eventual juicio para prevenir cualquier ataque terrorista, que sería lo más grave, o movilizaciones fuera de la ley, organizadas por los especialistas en subvertir el orden público; que en esto nunca están ociosos y velozmente ponen en movimiento las máquinas de la revolución de las masas. Un juicio político al presidente, que casi siempre es perjudicial para el país, debería ser tramitado con previsión de lo que puede ocurrir en el futuro. (O)