Definir una utilidad tangible al rol de las artes en la sociedad es sumamente complejo, sobre todo en un mundo que se siente muy cómodo consumiendo recursos, ideas e información desechables. Quizás algo en lo que muchos pueden coincidir es en la injerencia que tienen las artes sobre la educación, pero ¿qué pasa con el resto?

Hoy muchos consideran, sin darse cuenta, al artista como un ‘producto’ de esta sociedad del espectáculo, listo para ser consumido, digerido y olvidado, pasando rápidamente al siguiente. Sin duda el arte puede colaborar en muchas áreas del quehacer humano, pero su principal valor es su capacidad de humanizarnos. El arte no puede forzosamente cambiar comportamientos. No es una pastilla. La empatía no se produce con tan solo mirar un cuadro, implica un trabajo para el cual el arte va tomando forma, es un proceso creativo que puede tomar días y hasta años.

El arte no puede ganar una elección o derrocar a un presidente; no puede detener la crisis climática, curar un virus o resucitar a los muertos. Pero sí es un antídoto en tiempos de caos, una hoja de ruta para mayor claridad, una fuerza de resistencia y reparación, creando nuevos lenguajes y nuevas imágenes con las cuales pensar. Es una herramienta lenta, que no actúa de inmediato, sino que requiere experimentación, análisis constante, rompiendo estereotipos y esquemas de pensamiento.

Corren días duros. Los artistas, que necesitan ingresos, se promocionan como pueden; los museos y galerías tratan de transmitir (principalmente por redes sociales) algún mensaje que pueda hacer entender a sus posibles audiencias el poder transformador que tiene el arte, su capacidad para redimir y guiarnos en días oscuros.

En todo el mundo, y con más frecuencia de la que jamás esperamos, se cancelan grandes espectáculos de teatro, danza, eventos musicales y exposiciones de arte. Si bien las consecuencias son importantes para las grandes instituciones y la industria turística, las organizaciones más pequeñas y los artistas independientes serán los más afectados, ya que las ventas de entradas y los fondos públicos irán escaseando. Probablemente, muchos tendrán que buscar un trabajo que les resulte más lucrativo y mucho menos atractivo.

Debemos tener en cuenta la precariedad de muchas de nuestras instituciones culturales y artísticas, y trabajar para apoyarlas, pues incluso las instituciones de más renombre y éxito suelen operan con márgenes que sorprenderían a quienes no trabajan en el sector cultural. El arte es un instrumento formidable para entregarnos perspectiva. Pero no se da de forma automática, es un proceso largo, a veces complejo pero posible.

Definitivamente las artes y experiencias de carácter cultural suelen dejarnos una buena dosis de inspiración sembrada. La inspiración es algo sumamente poderoso porque nos empuja a salir de esos patrones de conducta que nos llevan a hacer siempre lo mismo. No sé si este efecto evite guerras o malos gobernantes, lo que sí sé es que una persona inspirada es capaz de contagiar a su entorno, lo cual me parece una fantástica manera de empezar a sanar al mundo. (O)