Vuelve a incrementarse el número de contagios, la saturación en los centros de salud, las restricciones, etc. Todo para frenar esta pandemia de COVID-19 que nos devora, un virus que si no nos mata, mata al amigo, al familiar, al personaje público, y nos devuelve ese miedo colectivo con altos intereses. Los negocios que empezaban a reactivarse nuevamente deben reinventarse.

Lo mío es el sector cultural, golpeado como si recibiera un derechazo de Mike Tyson. Toca lidiar con la falta de apoyo económico para producir, y el público dispuesto a asistir a exposiciones y obras de teatro es ínfimo, principalmente por el miedo a contagiarse y porque pagar una entrada ya no cabe dentro de su presupuesto.

Los tiempos difíciles suelen ser fértiles para contar historias y exorcizar frustraciones. Esto podría convertirse en una obra artística interesante e incluso necesaria para conectarnos con el resto de personas, quienes también han reflexionado, sufrido y cambiado.

A veces es necesario descomponerse para reconstruirnos de una nueva manera; todos nos sentimos distintos, quizás un poco fragmentados, tratando de unir las piezas de a poco. Hay partes de nosotros que ya no están y quizás nos encontramos con algunas que no sabíamos que existían. Se me viene a la cabeza un tipo de metamorfosis que supere a la novela de Kafka.

La felicidad y la tristeza nos entregan un cincel para esculpirnos; a veces incluso teniendo las herramientas preferimos quedarnos así, tal cual, con la noción de lo que solíamos ser. El mundo ya no es el mismo y seguirá cambiando, esta realidad es una constante desde el principio de los tiempos, sobrevive el que se adapta. ¿No tienes ganas ni fuerzas ahora? (muchas veces yo tampoco): toca abrazar ese sentimiento hasta poder dejarlo ir.

Todos hemos perdido algo o a alguien, todos hemos lidiado con la incertidumbre, el aislamiento, la soledad y la noción de no tener control sobre lo que pasa en nuestras vidas. Sin embargo, hay también personas que perdieron el miedo, el egoísmo y la intransigencia. No concibo un mundo carente de compasión y solidaridad, quizás ahora es más visible y ha despertado la esperanza en muchos.

Hoy no podemos abrazar a nadie, pero podemos decirles con más frecuencia cuánto los queremos y lo que significan para nosotros, podemos también contraer el virus y saber que la muerte nos puede sorprender en cualquier momento, quizás nos sentimos frustrados por no luchar por nuestros sueños y escogemos vivir en esa rueda inerte de la postergación.

La vida no nos espera, inevitablemente sucede y sigue su curso. Las personas que queremos no estarán para siempre. Las palabras se olvidan si no las decimos en el momento preciso. Todo se va eventualmente y no siempre vuelve. Toca respirar profundo, abrir los brazos a todo lo que tenga que llegar y no aferrarnos a lo que debe irse.

Solos nacimos y solos nos vamos, lo que perdura es lo que hicimos, lo que creamos y, sobre todo, quienes nos recuerdan por haberles dado la mano cuando lo necesitaban. No hay nada más hermoso que un corazón piadoso. Eso es lo que permanece hasta el momento en que caiga el telón. (O)