Imaginen un mundo donde no hay librerías ni mucho menos editoriales. Ciudades autómatas sin salas de cine, ni museos, ni bibliotecas. Calles sin afiches invitando al teatro, plazoletas sin arte urbano. Apartamentos sin cuadros o pinturas, sin artesanías o esculturas; fines de semana sin conciertos ni tampoco la oportunidad de ver películas. Imaginen un mundo sin ilustraciones, ni textos literarios. En la radio no habría música ni programas de conversación cultural. En las universidades solo enseñarían ingeniería, derecho y administración. Nadie bailaría, sino que se moverían lento y como robots. Cada gesto debería ser directo y neutro, sin histrionismo; de lo contrario, sería estar actuando. En la televisión solo veríamos personajes leyendo en el teleprónter noticias del horror, enfocadas en las guerras, delincuencia, enfermedades y corrupción. Imaginen un mundo de paredes blancas y sonidos sin ritmo. Imaginen un mundo sin ficción para hacerle frente a la rutina. Imaginen teatros vacíos que no son teatros sino anfiteatros de medicina y otras ciencias exactas. Imaginen no poder reír porque no hay caricaturas ni mucho menos novelas gráficas. Que todo nos toque vivirlo sin una pizca de creatividad, belleza o emoción, limitándonos a doctrinas e intercambio de datos.

Solo imaginen.

El arte nos permite vivir en un mundo en donde podemos apreciar contrastes de las distintas representaciones de la sociedad, percibir la variedad en lo diverso que es nuestro entorno. No es solo un elemento físico, sino también un elemento mental; las emociones y los procesos de pensamiento son causados por un impulso creativo.

Al desensibilizar las artes y hacer énfasis en valores menos importantes estamos de cierta manera limitando nuestros mapas mentales y, por supuesto, nuestra capacidad de ser originales.

Conozco a muchos artistas con proyectos culturales increíbles, ideas sólidas y que poseen una asombrosa rigurosidad en su labor, y también veo el temor que implica para ellos alcanzar una sostenibilidad económica, lo que los lleva a abandonar aquello que los motiva por la falta de recursos. Revistas, festivales, exposiciones, espacios independientes y obras: no pueden sostenerse bajo la misma lógica de un empleado corporativo o un negocio comercial. Alguien debe pagar por ello, sin esperar nada a cambio, y con la única intención de tener la oportunidad de verlo y presenciarlo. Nada más. Y de eso se trata. El día en que lo entendamos así esto tomará mucho sentido y sin duda nuestra calidad de vida como ciudadanos se verá beneficiada, ya que el arte y la cultura forman parte de lo que somos y de cómo nos definimos en el transcurso del tiempo.

Las artes –y sus protagonistas– tienen el deber y la motivación de representar a nuestro mundo y sus interacciones, engendrando un sinnúmero de propuestas que fomenten el diálogo y el intercambio, con la finalidad de formular un maridaje entre la vida y las artes. Quien quiera excluir de su vida la exquisitez de vivir estas experiencias culturales se está perdiendo la oportunidad de sentirse realmente vivo. (O)