Han finalizado, aparentemente, los treinta y un días del paro que los dirigentes de la Confederación de las Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) impulsaron nacionalmente, pero que terminó focalizándose en unas pocas provincias del centro norte de la Sierra, eso sí, con lamentables destrozos para la economía de todo el país –especialmente para los sectores más pobres y los pequeños comerciantes– y con graves daños a la salud de la civilidad nacional, pues mostró que el accionar de nuestros políticos es demasiado inestable: ¿es un recurso acertado hacer de la violencia incontrolable el mecanismo de la protesta?

El Ecuador todavía existe como un Estado republicano, nacional. No vivimos en una tiranía ni el Gobierno del presidente Daniel Noboa es una dictadura, aunque algunas de sus decisiones puedan tener rasgos autoritarios. Hay un orden institucional que los votantes del país hemos instituido como legítimo, pues con los votos en las urnas le hemos entregado al mandatario la capacidad de gobernarnos. Por tanto, en esta línea, es la negociación política en un contexto público la única vía para morigerar en algo las diferencias que existen entre los distintos sectores sociales que enarbolan ideologías opuestas.

Por las razones que fueren, incluso las retóricas –que, más que eso, son consignas vaciadas de sentido–, las protestas suelen terminar con una invocación al diálogo. ¿Conocerán los gobernantes y los dirigentes indígenas, en verdad, qué es dialogar? Si solo tomamos en cuenta los Diálogos de Platón, encontraremos allí a personajes que llegan con razones y que están dispuestos a modificar sus puntos de vista si los argumentos del otro son convincentes y sólidos. En estas conversaciones creativas, los dialogantes van aceptando las ideas del contrario y están dispuestos a ver los problemas a la luz de nuevas situaciones.

Un diálogo así enriquece a los bandos de un conflicto. En el siglo XX, la lección del filósofo alemán Hans-Georg Gadamer debe ser recogida si es que queremos hacer del diálogo un mecanismo realmente efectivo y transformador. Gadamer afirma: “Tenemos que aprender a no tener razón”, pues la perspectiva que él le dio a la hermenéutica –lo que pertenece al ámbito de la interpretación– es “saber que el otro puede tener razón”. El diálogo, más que un ejercicio para exponer, es un ejercicio para escuchar. ¿Entenderán esto el presidente de la República y sus ministros? ¿Entenderán esto también los dirigentes de la Conaie?

¿Podrá decirse a sí mismo el presidente Noboa “voy a escuchar para ver en qué puntos tienen razón los dirigentes del paro”? ¿Podrán los dirigentes de las organizaciones indígenas abrir su entendimiento a las razones del Gobierno? Porque esa es la base de un diálogo que busque resolver problemas que se acarrean desde hace siglos. De manera que el diálogo es la capacidad de escucharse unos a otros; el diálogo, más que a hablar, nos enseña a escuchar. Dialogar supone estar abiertos a lo que dicen los otros. En el diálogo nada está cerrado, siempre cabe la posibilidad de que surja algo nuevo, una solución distinta, sin que nadie tenga que morir en las calles. (O)