La nueva Estrategia de Seguridad Nacional emitida por la Administración Trump deja claro que la supremacía de EE. UU. en el mundo es la única guía y regla de todas las acciones en su política exterior. Mi colega de página Hernán Pérez Loose ya explicó hace una semana la historia y significado de la Doctrina Monroe. Quisiera llamar a una lectura crítica sobre lo que significa para América Latina. La Doctrina Monroe –diseñada en el siglo XIX para defender el hemisferio de los colonizadores europeos– ha sido resucitada y reformada en múltiples ocasiones con corolarios. El “Corolario Roosevelt” de 1904 –por ejemplo– reclamaba el derecho del uso de la fuerza para mantener los países europeos fuera del continente. Bien hasta ahí, pero el mismo corolario fue usado para cambiar presidentes y gobiernos contrarios a los intereses de multinacionales estadounidenses en la región. La remodelación de la Doctrina Monroe con el “Corolario Trump” deja en claro que todo vale cuando se trate de asegurar los intereses de EE. UU. en el hemisferio. Y no es una interpretación. Cito: “Los términos de nuestras alianzas, y los términos bajo los cuales nosotros proveeremos cualquier clase de ayuda, serán contingentes con el nivel de ayuda para disminuir la influencia de adversarios externos”. La buena noticia es que no hay ilusiones ya. La coerción –escrita en esta estrategia– reemplaza ahora políticas de la mano extendida o del buen vecino. La mala noticia es que esto termina con cualquier ilusión de autonomía –relativa o estratégica– que podía o quería tener la región respecto a la potencia dominante del hemisferio.

EE. UU. solo ve a América Latina como la geografía que contiene suficientes recursos estratégicos –especialmente minerales críticos y tierras raras– para garantizar su supremacía. Pero también la ve como la principal responsable de sus problemas civilizatorios: migración y drogas no deseadas. No hay una línea sobre defender la democracia, los derechos humanos o el desarrollo social de los pueblos que la habitan, mucho menos sobre su creciente vulnerabilidad frente a esta lucha global por recursos estratégicos para desarrollar inteligencia artificial y la nueva frontera que –EE. UU. reclama– debe mantener exclusiva preeminencia.

Sorprende la cantidad de neolengua usada (tomando el concepto de Orwell sobre la intencional paradoja del lenguaje de dominación del Gran Hermano), donde paz es guerra, dominación es hermandad, multipolaridad es unipolaridad. Porque si uno lee las primeras páginas de la estrategia, la primera impresión es que EE. UU. llega al saludable reconocimiento de que no puede ser el policía global y que sus días de ofrecer seguridad y cooperación en todo el mundo han terminado. Pero las páginas subsiguientes están llenas de anuncios de que hará todo lo posible por cambiar las fallidas democracias europeas, por mantener el control del mar de China Oriental y el Indo-Pacífico y, por supuesto del Hemisferio Occidental. América Latina como región podrá navegar estas aguas solo unida si sigue la línea que sugiere esta estrategia: de dividir la región entre enlistados y por enlistar, cualquier posibilidad de autonomía relativa o autodeterminación estarán liquidadas. (O)