Yo misma no me lo creo: haber llegado a una novena Feria Internacional del Libro, por encima de muchos escollos y, más que nada, de los prejuicios de que en Guayaquil no se lee ni hay intereses culturales, es una aplastante satisfacción. Las vacilaciones que supuso el cambio de autoridades municipales no dieron cabida a la mera idea de que la ciudad carecería de su feria. Expoplaza tuvo la visión suficiente para trabajar por ella en cualquier coyuntura: al final, todo se armonizó.
Alguien criticó que las ferias son repetitivas, y tiene razón. Se invita a los escritores para actos de expresión oral: la experiencia de conocerlos y oírlos, previo o posterior a leerlos, es irremplazable. La búsqueda de los autógrafos de los autores es un fetichismo fijado. La compra de ejemplares con alguna ventaja económica estimula al público. La novedad reside en la dimensión lúdica de esta masiva reunión, por tanto, los niños y adolescentes necesitan de intermediarios para acercarse a los libros: este año, juegos de ajedrez, un dado gigante sobre un tapete en torno al globo de Julio Verne, una casa con simbología de Harry Potter, concursos de dibujo en torno del aniversario de Superman. Un mea culpa: los chiquitines, aquellos que requieren de que alguien les lea y los encante, no estuvieron atendidos.
Desde que mi equipo y yo diseñamos los contenidos, nos propusimos que la mayoría de los literatos ecuatorianos tuviera que desfilar por la FIL, lo hemos venido cumpliendo en la medida en que se puede conocer el medio en nuestro disgregado país. Recibir escritores de Cuenca, Portoviejo o Loja nos produce una alegría adicional, pese a la dificultad (o imposibilidad) de ofrecer sus libros. Y cuando sugiero oferta pongo la pica en el corazón del concepto de feria: se trata de una reunión para mostrar el producto libro y venderlo; no es altruista ni de caridad, sino un cabal encuentro entre vendedores y clientes, dentro de la larga cadena que se mueve en el mundo desde Gutenberg. Hay que portar un poco de dinero. Los comestibles y golosinas (que se consumieron a raudales) son secundarios.
(...) agradecida en el corazón: 30.000 asistentes confirman nuestro trabajo.
Escuchar a Laura Restrepo, Claudia Piñeiro (que nos distinguió con palabras luminosas en el acto de inauguración), Andrés Neuman, fueron momentos de resplandor interior. No soy admiradora de la obra de Jaime Bayly, ni mucho menos seguidora del pensamiento de Agustín Laje, pero sí tengo la capacidad de ver que mucha gente que no piensa como yo, acogió con entusiasmo esas voces y hasta que asistieron a la feria solamente convocados por esos dos, tan opuestos, comunicadores de masas. Que cada uno actúe con su receptividad y su conciencia. A la cultura le corresponde alimentar la discusión entre diferentes y permitir la escucha de quienes confirman o niegan sus propias intuiciones, de lo contrario, la sociedad siempre tendrá a los ególatras y dictadores de las ideas que hablan por la mayoría.
Sin muchas oportunidades de contacto previo, escuché con deleite a escritores que no trataba hace tiempo y a otros que recién conocí: Leonardo Valencia siempre tiene algo que enseñar; Adolfo Macías es un claro invitador a la reflexión profunda, Sara Montaño escribe una delicada poesía. Me quedo corta en palabras, pero agradecida en el corazón: 30.000 asistentes confirman nuestro trabajo. (O)