Probablemente hemos escuchado o repetido la frase que reza “en la guerra y el amor todo se vale". Pero más allá de imaginarnos peleando con bayonetas y espadas o conquistando con cartas y flores, no logramos esclarecer cuáles son estas guerras y menos aún elegir las que quisiéramos ganar, aceptando que probablemente nos toque perder más de una, y que las contiendas más difíciles que enfrentamos son que la libramos con nosotros mismos.
Estamos inmersos en una ambigüedad de conceptos y una pluralidad de creencias e inagotables ‘deber ser’ que vivimos luchando todo el tiempo para no zozobrar. Imposible omitir el hecho casi indiscutible para muchos que para acelerar nuestra gloria, el círculo de relaciones que cultivemos en nuestro camino se tornan cruciales porque constantemente nos inculcan que ‘el que no tiene padrino, no se bautiza’, ya que es muy complicado brillar por luz propia y crecemos siendo dependientes, inseguros y temerosos. Abrazamos normas materialistas que nos influyen asumir que teniendo mucho, demostramos más éxito y nos afanamos por presumir al mundo nuestros logros. Estamos exageradamente ávidos por poder medir de cualquier manera si lo estamos haciendo bien, que no nos permitimos disfrutar el increíble viaje que representa la vida en sí y marchamos acostumbrados a no detenernos y disfrutar lo logrado, ya que estamos constantemente queriendo vivir un mañana que no ha llegado.
Invocamos desesperadamente por señales que nos muestren el camino, imaginamos pócimas mágicas para la felicidad, guías astrológicas que nos suministren escudos para enfrentar los avatares del destino, porque estamos convencidos de que solo así sucederá; probablemente como una forma de evadir la realidad de nuestra imperfecta pero hermosa naturaleza. Nos afianzamos a la costumbre de encapsularse en una zona de confort, donde lo desconocido infunde terror y donde procurar cambiar nuestro rumbo a base de aprendizajes, desacuerdos y desaciertos no se nos antoja atractivo. Minimizamos la importancia de entender las razones que nos hayan supuesto obstáculos y decidimos atribuirle todas las explicaciones al destino, restando mérito a las vivencias y sabiduría que nos permiten superarlos. A veces es más sencillo imitar que crear, más aún cuando afirmamos que el libro de nuestra historia se encuentra ya magistralmente escrito. Al fin y al cabo, ¿por qué habríamos de intentar reescribir los capítulos?, ¿por qué intentar cambiar el final? Insistimos en repetirnos una y otra vez las cosas que nunca debieron ser y nos empecinamos en reprocharnos el no poder volver atrás y cambiar lo que fue. Existen paradigmas que nos orillan a aceptar que nada en la vida es gratis, aunque no estoy seguro de eso. El amor incondicional es gratis. Las palabras de aliento son gratis. La amistad verdadera es gratis. Los sueños y quienes te inspiran a soñar son gratis. Lo que verdaderamente vale la pena usualmente no tiene comparación ni precio.
Gozamos de un libre albedrío que nos habilita a todos para tomar nuestras decisiones y asumir las consecuencias de nuestras acciones; y me resulta fascinante comprobar que mientras más agradecidos y perseverantes nos mostremos en la vida más arrastraremos la fortuna hacia nosotros. Sin duda los valores genuinos que todos poseemos son las mejores armas para librar nuestras batallas y garantizan casi siempre las victorias que nos dejan mayores complacencias, porque nuestra plenitud se deriva usualmente de la responsabilidad que tenemos con nosotros mismos, y el compromiso por elegir esas batallas que sí valen la pena. Somos lo que somos, es la verdad, porque somos quienes hemos decidido ser y son nuestras actitudes frente a la vida las que forjan nuestro bienestar. Ese bienestar que solo podrá medirse con la satisfacción del deber cumplido y que se ve impulsado por la autenticidad, el esfuerzo y la pasión en todo lo que hagamos en nuestra interminable búsqueda de la felicidad. (O)
Álex David Torres Espinoza, avenida Samborondón