¡“Viva” la ineficacia y “viva” la vejación de la dignidad de los ciudadanos decentes!
Recuerdo cuando Guayaquil fue declarado en estado de emergencia. Yo recién comenzaba a manejar y tenía mi primer noviazgo formal.
En una de esas “batidas” a mí me manosearon y a ella por suerte solo le revolvieron violentamente el contenido de su cartera. Sí, buscando armas.
En mi vida, desde ese día, he tenido cuatro veces el cañón de un arma apuntándome a la cara y cada vez fue en un asalto, perdí celulares, algo de efectivo y un reloj de algún valor económico que me dejó con la costumbre de no aspirar a llevar nada bonito en la muñeca, porque es como ponerle carnada a los ladronzuelos, y a tratar muy mal a mis teléfonos celulares para que cuando (no digo si es que acaso, digo cuando por la inseguridad) esos cobardes con pistola vuelvan a abusar de la certeza de que un grupo de hombres no son un peligro sino una presa fácil, porque ninguno tiene ni un aerosol de gas pimienta, se lleven al menos de mí una porquería de botín.
Dos traumas me quedaron, uno es haber sido manoseado en público y no poder reclamar porque me apuntaron con subametralladoras y fusiles FAL, y por no poder comprar cosas lindas, para no darles de comer a esos con pistola.
El delito de portar un arma de fuego sin permiso fue una creación del gobierno autócrata de Rafael Correa, antes era una contravención. Pero claro, la receta de los autócratas es desarmar a la población y ¡paf!, hasta te dan 5 años de cárcel por cometer ese “pecado”.
La gente decente dejó sus armas y las desaparecieron; eso hizo la ley de ellos. Ni siquiera podías tener permiso si no eres ganadero o deportista.
Cuando anunciaron este retiro, de la posibilidad de tener un permiso de porte de armas, uno de los policías de alto mando dijo en una rueda de prensa, que vi y escuché, que la gran mayoría de permisos se habían otorgado a personas entre los 21 y 27 años, y con sonrisita de lado preguntó: ¿Qué bienes puede tener una persona de esa edad para defender?, quise patear el televisor justo donde estaba la sonrisa de aquel señor. ¡La vida, pues!
La ley de ellos genera temor. La delincuencia vio eso como el menor de sus problemas, seguramente “bendijo” a Correa, al oficial de la sonrisita y a los legisladores que te metían 5 años en el “resort”.
Ahora, en la era que todo el mundo es reportero y ya no solo presentador de noticias de crónica roja, que son más programas de comedias negras que noticieros serios, en cualquier caso bien por esos valientes que se infiltran para filmar bandas y no sé qué más; pero lo cierto es que si saben dónde están, ¿cómo es que el departamento de Inteligencia de la Policía no sabe y no va a estos lugares? Por qué razón los ciudadanos tenemos que soportar que nos bajen del carro, nos pasen las manos por ciertos lugares del cuerpo y te digan: “¡Manos contra el carro! ¡Abre las piernas! ¡Colabora!”.
El Ejército –y no lo llamo Fuerzas Armadas– por sí solo es fuerza armada, ¿entonces la Policía qué es? No está entrenado para tratar con civiles, y con las falencias y virtudes nuestra Policía, sus miembros, opino que le llevan años de entrenamiento al Ejército, en tarea de tratar con la población civil. El Ejército nos hace parar en las calles y sentir más vejados que los delincuentes, de los cuales se supone que quiere rescatarnos.
Quieren usar al Ejército, pero no pasándose por encima de fuerzas especiales de la Policía como el GOE, el GIR; mándennos fuerzas especiales del Ejército, no cadetes sin experiencia –en trato a civiles– que nos hacen asustar en batidas a las víctimas, los ciudadanos honestos, no vejar la dignidad de la población inocente y desarmada. Y tengan información que les provea una correcta y escrupulosa inteligencia policial, vayan, háganle la guerra a la delincuencia en las puertas de sus casas. (O)
Francisco José Dáger Parra,
abogado, Guayaquil