Rafael Correa convirtió a la economía en un campo político donde se dirimían las relaciones de poder en la sociedad. Siempre habló de economía política en lugar de macroeconomía, porque lo segundo proyectaba –según él– la idea de un saber con pretensiones técnicas al que siempre cuestionó como ideológico. El neoliberalismo para Correa era una ideología –la del mercado como amo– disfrazada de ciencia. Sus críticas siempre estuvieron acompañadas de una gran arrogancia académica: el suyo era un saber superior, cargado de verdad. Lo otro, ideología. En medio de la crisis del petróleo y los desafíos que trajo a la economía, con su habitual soberbia, Correa solía repetir: lo hemos hecho extraordinariamente bien. Todo resultó un montaje de cifras. Los economistas más liberales y apegados a la ortodoxia vieron con cierto desprecio las cualidades de Correa como economista, a pesar de los títulos académicos. Lo consideraban un demagogo y un populista, alguien que no entendía la importancia de los equilibrios macroeconómicos ni el manejo sofisticado de sus variables, y por eso condujo la economía a un camino inviable. Hoy los economistas liberales y ortodoxos claman por volver a los fundamentos de una economía sustentada en un discurso técnico –según ellos– sin consideraciones ideológicas ni políticas. Correa les ha dado todos los argumentos para proclamar su verdad: haber convertido la política económica en un campo de poder llevó a un gasto público inmanejable, una gigantesca desconfianza de los inversionistas, al cierre de las fuentes de financiamiento, a crónicos desajustes fiscales y externos, y a un mediocre crecimiento. Y lo más grave: los logros, medidos en términos sociales –reducción de la pobreza y la desigualdad– empiezan a desvanecerse muy rápidamente. ¿Qué nos queda del jaguar ecuatoriano? Solo el drama del ajuste.

La idea de hacer de la economía un campo técnico lleva a los economistas ortodoxos a verse a sí mismos desde la metáfora del médico, asépticos y clínicos. Siempre utilizan ejemplos salidos de la medicina para mostrar la pertinencia y obviedad de sus planteamientos. Equiparan la economía al cuerpo humano, la ven como un sistema orgánico con un equilibrio perfecto, regido por unas cuantas leyes, traducidas en pocas fórmulas, que se deben cumplir a rajatabla. Frente al exceso de politización de la economía, que irrespeta y violenta esas leyes fundacionales, invocan el rigor de la técnica, de un saber que se ubica más allá de intereses y valores. Pero equiparar el saber económico a uno médico es una metáfora muy mala porque la economía funciona en unos contextos sociales y políticos muy contradictorios, que dificultan establecer con claridad lo que es bueno para todos. Los ortodoxos prescinden de los contextos o los minimizan, con lo cual simplifican la complejidad de la política económica. El facilismo de sus fórmulas termina siendo muchas veces otra expresión de dogmatismo, tan complicado como el de Correa. Nos sentaría bien sacar la economía del campo exclusivo de los economistas, cualquiera sea su línea, para poder pensarla desde una gran síntesis que aún está por enunciarse. Por lo pronto, atrapada entre demagogos estatistas y liberales ortodoxos, la economía se mueve en difíciles laberintos para encontrar la salida en su crisis.(O)