Juan Pablo Albán fue uno de los abogados que patrocinaron al periodista Martín Pallares en el juicio que, una vez fuera del poder, le planteó Rafael Correa. Según el expresidente, un artículo publicado por el comunicador en el portal 4pelagatos contenía expresiones que le ocasionaban “descrédito" y "deshonra". Finalmente, el 3 de julio, el comunicador fue declarado inocente. Para Albán es un triunfo importante, pero a la vez, apenas una señal, un paso para recuperar la confianza en la justicia.

¿Cuál es el efecto de haber ganado un juicio a Rafael Correa?
En términos prácticos, el mensaje es muy positivo. Si hubiera sido condenado, el efecto disuasivo que ya existe entre los comunicadores frente a las cuestiones del interés público y a las reacciones que tiene el Estado, fuera peor. Había el riesgo de que la tónica sea, de todas formas, la misma: de que se va a perseguir a los comunicadores y que se los va a silenciar para que no cuestionen a los funcionarios públicos. Pero, en la vía contraria, la absolución fue un espaldarazo, un símbolo de que hay alguna garantía en el nuevo régimen de que los comunicadores podrán continuar con su actividad sin temor a represalias. Ahora, poco podemos fiarnos. Todavía habrá que ver cuál es la reacción del Gobierno actual cuando le lleguen las críticas duras por parte de la prensa. Yo no le veo a (el presidente Lenín) Moreno el mismo estilo (de Correa), pero (el vicepresidente Jorge) Glas, claramente, no va a cambiar de actitud. Ya lo estamos viendo frente a los señalamientos en el tema Odebrecht.

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Entonces, es apenas un paso
Es un muy buen paso, una señal positiva. No me atrevo a decir que la justicia cambió. Lo que viene es un proceso de debate público sobre lo que es necesario transformar. El aspecto cosmético de adquirir computadoras, nombrar más jueces, comprar edificios ya se hizo. Ahora viene el proceso un cambio de actitud en la forma de pensar del operador de justicia.

¿Fue una sorpresa el fallo?
Sí. Fuimos a la audiencia preparados para un escenario negativo. Teníamos al frente a Caupolicán Ochoa, quien, con todo el respeto que merece, no es un abogado de demasiadas luces, pero es el abogado del expresidente y estaba acostumbrado a ganar siempre, diciendo cualquier cosa, sabiendo que los jueces todavía actúan condicionados... Íbamos, incluso, asustados y con una apelación lista. Pero todo eso se les desmoronó. El juicio de Pallares desnuda una tónica de los últimos diez años, al estilo del correísmo, de atropellarlo todo, sin razón.

Una suerte de impotencia de los comunicadores frente a las cortes que se agravó desde el juicio de Correa en contra de EL UNIVERSO
Ese fue el punto de quiebre. Fue el momento en que los abogados pensamos que la profesión no tenían sentido, que todo lo que habíamos aprendido no servía de nada frente a un poder avasallador. En el juicio a Pallares siguieron exactamente el mismo guion de antes: llegaron prepotentes, con un discurso altisonante, grosero... Y sin pruebas, porque así era, no las necesitaban: si esto dice Correa, así tenía que ser. Y de repente se encontraron con un juez (Fabricio Carrasco) que los escuchó y hasta los ayudó.

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¿Los ayudó?
Por ejemplo, la audiencia no podía instalarse sin Correa, porque uno de los propósitos centrales es empezar con una etapa de conciliación en la que debía estar la víctima y el supuesto agresor. Ochoa llegó con un poder que era nulo. Sin embargo, el juez les instaló la audiencia. Segundo: Ochoa solo tenía un testigo y nada más... En un momento, Ochoa se puso a lloriquear para que reciban a sus testigos... Estábamos asustados también por eso.

Pensaron en una derrota
Creo que el hombre (el juez) trató de que no sea escandalosa la diferencia entre nosotros, que fuimos con unos argumentos fuertes, muy fuertes, tanto en derecho penal como en derecho internacional sobre derechos humanos, y Ochoa que hacía lo que siempre ha hecho, que es decir cualquier cosa y ganar.

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¿Cómo fue el momento del fallo?
Nos emocionamos un montón. Estaba claro que jurídicamente no había cómo sustentar que gane Correa, pero al tiempo era notable que el juez se sentía obligado a hacerle al menos una deferencia. La sorpresa vino después. Cuando nos levantamos y dijimos 'le acabamos de ganar a Rafael Correa', con lo que no contábamos al inicio. Luego entendimos algo que va a quedar para la historia: que llegó el día en que perdió Correa, que no es invencible y que se ha ido.

¿Cuál es su lectura del juicio ahora que han pasado varios días?
Hay varias lecturas. La primera es que la justicia que estuvo de rodillas durante diez años y en este momento está liberada y los ecuatorianos tenemos la expectativa de que obre de manera objetiva. Ese es un escenario muy optimista. Otra lectura es que, precisamente en el contexto de esta pugna interna de AP (movimiento oficialista Alianza PAIS), sea una señal que le están enviando a Correa de que 'tú ya no eres el que manda aquí'. Y una lectura más es que este era un tema tan poco relevante que ni siquiera ameritaba meterle la mano.

¿Con cuál de esos tres escenarios concuerda?
Estoy entre el segundo y el tercero. Aún veo señales contradictorias: por una parte tenemos la invitación al diálogo y por otra, a los personajes más recalcitrantes del régimen anterior en altos cargos de influencia pública.

Sin embargo, la discusión sigue girando en torno a si Correa tenía o no la razón frente a tal o cual periodista o contradictor, cuando las garantías del sistema de justicia deben respaldar a todos los ciudadanos
Es demasiado pronto para sacar conclusiones definitivas a partir de un solo resultado. Desde ese punto de vista, hay un mensaje que no representa nada aún. Es un caso en el que la disputa, finalmente, es menor y el poder del Estado ya no está juego, sino que se trata de un Rafael Correa ciudadano... Sí es alentador que un juez sienta la tranquilidad de decidir sin temor a represalias, eso es bueno. Pero es muy pronto para decir que la justicia ecuatoriana cambió. Además, todo podría ser un montaje: 'estamos pelando, soy distinto, quiero dialogar' y el rato de los ratos nos sueltan medidas de la misma naturaleza.

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¿Como la ausencia del gobierno de Lenín Moreno en las sesiones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que se realizaron la semana pasada en Lima?
Esa es una mala señal. La práctica habitual ha sido desconocer al Sistema Interamericano de Derechos Humanos y parte de las esperanzas en el nuevo gobierno es una reconciliación con los organismos de supervisión. Y sin embargo, esa ausencia es una pena, más en un momento para reconciliarse con la comunidad internacional.

¿Las decisiones judiciales aún dependen de quién gobierna?
Históricamente, cada vez que ha habido un caudillo, una figura fuerte encabezando el Ejecutivo, es evidente que las cortes se han sometido a su voluntad. Pasó con (León) Febres Cordero en su momento y acaba de pasar en los 10 años de Correa. Entonces, el pueblo se ha acostumbrado a que un buen componente de la administración de justicia tiene que ver con las inclinaciones políticas del régimen de turno. En un estado democrático deberíamos tener un sistema efectivo de pesos y contrapesos, y el judicial tiene que ser efectivamente el bastión de la defensa de los intereses ciudadanos. Aún nos quedan rezagos de la intervención política en la justicia, no hay que olvidar cómo fueron nombrados los jueces de las altas cortes. Hay gente que corresponde a cuotas de poder, que está claramente identificada con el proyecto político. El panorama es bueno, pero no podemos fiarnos de nada. (I)