Para quienes conocimos a Eduardo Jurado Peralta, sabemos la importancia de su paso por esta vida en Guayaquil. Lo sabemos por la huella que dejó en la comunidad de músicos de la ciudad y su público. Él hizo en su bar Diva Nicotina algo muy poco usual para la época.

Mientras que lo común era ir a escuchar a los músicos interpretar canciones de otros, en su bar eso no era aceptado. Los músicos debían ir a ese pequeño escenario con música inédita. Y quienes quisiéramos escuchar algo nuevo, allí íbamos a estar, listos y dispuestos a ver nuevas propuestas.

Ahora puede parecernos lógico, porque ya conocemos lo que fue Diva Nicotina. Pero no es nada usual que un emprendedor enfoque su objetivo en lo desconocido. Eso es de apasionados, pero más que nada, es de valientes. Haber generado un espacio donde la creatividad musical era respetada y los nuevos músicos tenían su lugar merece ser aplaudido.

Aunque les parezca que este tema poco tiene que ver con mis columnas habituales, lo traigo aquí porque a los pocos días de la muerte de Eduardo apareció en la página change.org una propuesta para rendirle homenaje.

El Comité Temporal para perennizar su memoria y legado explica que la ausencia permanente de Eduardo los motiva a perennizar su memoria a través de un merecido reconocimiento. Es por esto que buscan que el Municipio de Guayaquil honre su memoria a través de nombrar una plaza, plazoleta, callejón o parque donde haya arte, y que de esta manera se honre su legado.

Hasta el día en que escribí esta columna, 1.553 personas ya hemos firmado esta petición, y hago eco de ella para que llegue a las autoridades. Porque es muy fácil bailar al ritmo que suena más fuerte. Pero abrir un espacio para permitir que la creatividad se exprese es algo que enriquece a todos y deja un gran precedente. Su legado merece ser inmortal.