La Organización Mundial de la Salud estima que alrededor del 11 % de la población mundial (900 millones de personas) sufre algún tipo de trastorno o enfermedad mental diagnosticable. Se define así a una amplia gama de condiciones que involucran cambios en el estado de ánimo, las emociones y la manera de pensar o actuar de un individuo, y distorsionan su vida en una variedad de situaciones (personales, sociales, laborales, afectivas).

No existen causas determinadas para la mayoría de estos trastornos, sin embargo el consenso científico es que usualmente provienen de una combinación de factores genéticos, biológicos, ambientales, y usualmente aparecen desde antes de los 5 años (como el autismo), alrededor de los 14, como el trastorno obsesivo-compulsivo; a los 15, como los desórdenes de la alimentación; a los 19, como las adicciones; desde los 20, como las depresiones profundas (todo esto en términos generales, promediales).

La ansiedad y sus crisis pueden aparecer prácticamente en cualquier momento. Es de enfatizar que la mayoría de las enfermedades mentales comienzan en la adolescencia y muchas duran toda la vida, por lo que no es aconsejable esperar a que “se resuelvan con el crecimiento” por sí solas.

Ahora bien, a cualquiera puede sucederle experimentar una reacción mental ajena a su manera de ser por alguna impresión sentida, un revés emocional o económico sufrido (en general, sucesos que causen un fuerte impacto en la normalidad de su vida). Esto en sí no debe encender una alarma si la persona reconoce la validez del tema y adopta medidas para hacerle frente a la nueva realidad.

Si en un tiempo prudencial (diez-quince días) no lograra asimilar el problema, y su pensamiento y comportamiento se afectara crecientemente por dicho tema, se correría el riesgo de profundizar la anormalidad y convertirla en un trastorno, que requeriría atención profesional psicológica y psiquiátrica.

Por lo tanto es muy importante la detección temprana de síntomas que ayuden a prevenir el arraigamiento de un desorden mental. Se debe estar atentos a cambios en el estado de ánimo, dificultad para concentrarse, reducción significativa de la actividad social, aparición de sentimientos de culpa o de tristeza, cambios en los hábitos de alimentación o de dormir, episodios de llanto sin causa aparente, o aparición de reacciones psicosomáticas (gastritis, colitis). El apoyo e intervención de la familia es indispensable. (O)