No sé si les pasa igual, pero diciembre es un mes que se mueve a la misma velocidad que un audio reproducido a 2X. Los cierres de periodo, la preparación del próximo año, los reencuentros y las celebraciones hacen que las agendas de este mes sean particularmente caóticas.
¿Por qué este mes motiva los encuentros? Diciembre es un mes que nos recuerda revisar nuestras metas profesionales, pero también nos devuelve a nuestra familia como el espacio vital que nos sostiene. En un tiempo en el que la productividad se eleva como la medida de valor, resulta urgente y muy necesario reivindicar el equilibrio entre el trabajo y el hogar.
El trabajo nos impulsa a crecer, pero si se convierte en un fin absoluto, corre el riesgo de perder sentido. Ahí es donde la familia asume ese papel de devolver nuestra mirada a lo esencial: el abrazo que reconforta, las conversaciones que regocijan y reconcilian, con las risas que iluminan cada rincón. Encontrar el equilibrio entre estos dos mundos es vital.
Si quisiéramos contemplar una imagen en la que se produce este equilibrio, es en el nacimiento que colocamos en nuestros hogares, pues los primeros en llegar fueron unas personas que se encontraban trabajando: los pastores. Y, ejerciendo su labor, visualizaron una estrella que los guio hacia el pesebre.
Por otro lado, vemos a los padres de Jesús -san José y santa María- que, al contemplar la llegada de estos -trabajadores- pastores, los acogen y les muestran el rostro del Niño. En sí, el nacimiento es la escena de una familia que acoge al trabajador, y, a la luz de Dios, les devuelve el sentido de su esfuerzo.
Que diciembre sea la preparación para celebrar una Navidad en la que el único indicador sea nuestra capacidad de estar presentes para quienes amamos. (O)