Entre las vivencias entrañables que me ha deparado el periodismo constan las dos ocasiones en que tuve la oportunidad de entrevistar al escritor peruano Mario Vargas Llosa, fallecido el 13 de abril. La primera en Bogotá, en el 2003. Y la segunda en Quito, en 2007. Ambas entrevistas se publicaron en Diario EL UNIVERSO. Aquí el relato de cómo sucedieron.

“El miércoles 7 de mayo, a las 09:00, te esperará Pilar, mi jefa, en la recepción del hotel Casa Medina y te presentará con Mario Vargas Llosa”, me dijo Marcela Manrique el lunes 5 de mayo de 2003, con su acento colombiano y su sonrisa hospitalaria, cuando nos encontramos de forma presencial. Marcela era del departamento de medios de Alfaguara Colombia, entidad que planificó las actividades de Vargas Llosa en Bogotá, adonde acudió el novelista como invitado de la Feria Internacional del Libro 2003.

A través de Marcela, vía correo electrónico, conseguí una entrevista personal de 30 minutos con el narrador peruano. Viajé a Bogotá. Acudí puntualmente a la cita, nerviosa tanto por la emoción de conocer a Vargas Llosa -a quien vi de lejos el lunes 5 de mayo cuando ofreció una rueda de prensa para todos los medios-, como por el secreto temor de no encontrarlo y de que mis anhelos de entrevista con el autor se frustraran.

Entré al hotel Casa Medina, ubicado en la exclusiva zona norte de Bogotá, con el nombre de Pilar en la punta de la lengua y cuando me disponía a preguntar por ella en la recepción, vi en una de las butacas del lugar la silueta de un hombre que leía un diario. Las páginas del periódico le cubrían el rostro, pero dejaban visible una parte de la cabeza, de la que sobresalía una cabellera gris, casi blanca. Me acerqué y supe así que era Mario Vargas Llosa. Me presenté. Pilar no había llegado.

“Estoy listo para conversar, comencemos a trabajar cuanto antes”, dijo el narrador, de forma amable. “¿Cómo está Guayaquil? He estado dos veces, pero solo de pasada y ya hace bastante tiempo”, comentó mientras nos dirigíamos a una sala contigua a la recepción. Allí se realizó el diálogo. Acababa de publicar su novela El paraíso en la otra esquina, que relata las vidas de la feminista Flora Tristán y de su nieto, el pintor Paul Gauguin, figuras de la vida real, que Vargas Llosa tomó para su obra.

Una vez que terminó la entrevista, volvimos a la recepción del hotel. Lo esperaba allí su hija Morgana, a la que también entrevisté. Ella, fotógrafa de profesión, daba a conocer el libro Las fotos del paraíso. Había acompañado a su padre en el viaje de investigación que realizó por lugares de diversos países, en los que anduvo tras las huellas de Tristán y Gauguin. Las fotos de aquel viaje conformaban el libro de Morgana.

Volví a ver a Mario Vargas Llosa en Quito, en junio del 2007. Aún no había ganado el Premio Nobel de Literatura. Vino a ofrecer una conferencia, invitado por una institución bancaria. El encuentro se dio en un hotel, en horas de la mañana. Tenía en las manos un libro de Sandor Marai, que dijo alguien le había obsequiado durante su permanencia en Ecuador. Tuve la misma impresión que la primera vez: se trataba de un hombre educado, que escuchaba a su interlocutor con atención y respeto.

Hablaba con interés tanto de política como de literatura y hasta de su vida familiar. Por entonces, su hija Morgana acababa de tener una niña y dijo estar chocho, totalmente enamorado de su nieta. Aunque ya era abuelo (sus hijos le dieron nietos), tener una nieta de su hija, señaló, había sido algo entrañable. Y mientras sucedía la entrevista, un fotógrafo del Diario, quien me acompañaba, tomó varias fotografías que perpetuaron el instante del diálogo. Ahora esas imágenes forman parte de mi memoria periodística con el nobel peruano. (O)