Me voy a referir a esta especie como “ellas”, porque ballena es femenino, y en el marco del mes de la mujer. Sin embargo, son ellas y ellos, ballenas, de los organismos más eficaces en luchar contra el cambio climático.

Las heces de cetáceo son cruciales para el funcionamiento del océano. Muchas especies se alimentan a grandes profundidades, y al defecar en la superficie, traen a ella nitrógeno, hierro y fósforo, elementos básicos para la vida del fitoplancton, y que escasean a nivel del mar. Estas “plantas” a la deriva funcionan como cualquier planta terrestre. Gracias a la energía del sol convierten el dióxido de carbono de la atmósfera en carbohidratos, a la vez que producen el 50 % del oxígeno que respiramos. Y las ballenas fertilizan esos primeros metros de océano, única zona donde el fitoplancton tiene luz suficiente para vivir.

Además, en sus idas y vueltas a las profundidades del mar, las ballenas recirculan la columna de agua y retornan a la superficie el plancton que empezaba a hundirse, aumentando así su tiempo de vida y reproducción. Una vez que el plancton muere se lleva consigo unidades de carbono que se acumulan finalmente en las profundidades abisales, es decir, el plancton también hace la función de “secuestrador” de carbono, tal como los árboles terrestres.

Con fitoplancton habrá zooplancton y peces y las demás especies de la cadena trófica. Es sencillo: más ballenas, más fitoplancton, mayor diversidad y además producción de oxígeno para nuestros pulmones. Incluso hoy en día, que tenemos apenas el 20 % de la población de ballenas de hace 500 años, ellas son responsables de la mezcla vertical del agua de los océanos en la misma proporción que los vientos, mareas y olas del planeta.

Las ballenas, como el plancton, también secuestran carbono. Una ballena de 60 años puede haber acumulado 33 toneladas de carbono en su inmenso volumen. Cuando muere, todo ese carbono terminará en el fondo del mar, para dejar de circular por cientos y hasta miles de años, lo que equivale a plantar entre 1.000 y 1.500 árboles.

Se estima que una ballena jorobada de tamaño promedio, viva, valdría dos millones de dólares en unidades de carbono secuestrado. Simplemente se calcula la cantidad de carbono en su cuerpo y se multiplica por el costo de cada unidad de carbono en el mercado internacional. Y como los hombres entendemos más de números que de otra cosa, ojalá esta considerable cifra sirva para que los políticos del mundo fortifiquen las regulaciones internacionales en la protección de cetáceos. “Al protegerlas, nos protegemos a nosotros mismos”.

Si volviéramos a la población de ballenas que tuvimos en el pasado, tal vez cinco millones, contaríamos con un servicio excepcional para luchar contra el cambio climático. Las ballenas son bioingenieras benignas del medioambiente y ayudan a revertir el daño que hemos hecho al planeta.

Es marzo, mes internacional de la mujer, mes de las ballenas grises en Baja California. Me encuentro con los ojos de una hembra que sale a espiar la superficie en Bahía Almejas. La miro y silenciosamente le agradezco. Es un individuo que tan solo con existir contribuye a la restauración del clima terrestre.

Esa es la única guerra que deberíamos pelear, la que ellas batallan como guerreras contra el cambio climático.