Instagrammable, cuya traducción en español sería instagrameable, es una palabra que ha sido ya reconocida por la mayoría de los diccionarios de la lengua inglesa, y su significado es “algo digno y suficientemente atractivo como para ser publicado en redes sociales”.
Notando que para muchos comensales es más importante la foto del plato y del sitio que la experiencia culinaria en sí, me parece interesante evaluar en nuestra industria, la gastronómica, el impacto de las redes sociales.
Umberto Eco define una de sus características de forma certera: “Las redes sociales le dan derecho a hablar a legiones de idiotas que antes hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad”.
Hasta la década pasada, la forma de opinar e influir en el público era a través de los medios de comunicación, de la academia y otras pocas plataformas a las que, para acceder, había filtros más o menos exigentes, los cuales implicaban demostrar ciertas experiencias, logros o estudios en el tema en cuestión. En gastronomía esto se puede traducir en críticas periodísticas, programas de televisión especializados, listas, guías.
Sin embargo, la democratización provocada por las redes sociales ha dado acceso hoy a opinar sobre una cocina, menú o plato, a cualquiera con un teléfono sin importar si tiene la más peregrina idea de lo que es buena cocina.
Podemos comprobarlo observando quiénes son los más seguidos y comentados influencers gastronómicos. Pocos puedo encontrar que pudiesen acreditar algo de experiencia o conocimientos técnicos.
A Ortega y Gasset, hace casi cien años, le preocupaba que la hiperdemocracia, que ha dado acceso masivo a derechos, a individuos que no necesariamente se los han ganado, genere un hombre-masa que impondrá valores alejados de la virtud y gustos mediocres, rechazando la excelencia y la jerarquía, en lo que él llama una barbarización de la cultura. Las redes sociales son hoy el instrumento perfecto para que lo que el filósofo temía se diera como tendencia, se haya instaurado y normalizado.
Otro ejemplo de esta barbarización se refleja en el uso de aplicaciones sobre calificaciones de vinos expertos reputados, tomando muchos los ratings de la primera como palabra sagrada.
Escuché de dos restauranteros de peso hace poco una conversación en la que revisaban las payadas que en sus redes hacía una marca, que parece gustar a una gran audiencia, analizando si debían o no entrar a ese juego.
Es una descripción de la actualidad, con lo que toca vivir. Por ello, hay que educarse y analizar de quién se escuchan consejos y recomendaciones gastronómicas. (O)









