Les voy a contar una historia. Hace tiempo los volcanes de la Sierra ecuatoriana explotaron de cierta manera y provocaron un cataclismo del que no entiendo mucho pues no soy geólogo; el caso es que millones de años después, las tierras de labranza de la región Interandina simplemente no tienen yodo, nada de yodo.

Ahora bien, dentro del cuerpo humano hay una glándula pequeñita: la tiroides. Este adminículo biológico cumple, entre otras, la función de hacer que crezcan y se multipliquen las células del cerebro o neuronas. Si la tiroides no funciona, el cerebro se quedará enano. Pero ocurre que la tiroides necesita yodo. Sin yodo, la bendita glándula no prende el motorcito de las neuronas, y sin neuronas, ya lo dije, nos volvemos retrasados mentales o cretinos.

Hay yodo en las proteínas animales. Si a usted le alcanza para un bistec cada día, estará a salvo. De lo contrario, que no le quiten la sal yodada, porque es la única otra fuente segura de este importantísimo nutriente.

¿Pero entonces por qué hemos resuelto autorizar la importación de sal sin yodo? Porque estamos en la época de la globalización y las barreras aduaneras se derrumban.
A partir de ahora cualquiera podrá importar lo que le venga en gana, aunque con eso se resientan los viejos monopolios de familias distinguidas, que están condenadas a no ser más las dueñas del país. De buena o mala manera tendrán que cederles espacio a las corporaciones internacionales y sus mayordomos, que no tienen ética, ni principios, ni moral.
Ellos serán los que manden a partir de ahora. Así que importaremos sal sin yodo, y que el pueblo se vuelva cretino para que comience a reelegir a los que nos gobiernan.

Les voy a contar otra historia. El protagonista es usted. Un día llegan a su calle unos ingenieros y riegan su barrio (sin querer, sin mala fe) con un peligrosísimo veneno para ratas.
Usted, por supuesto, salta, grita, protesta y patalea. Pero aparece la autoridad del lugar y les firma a los ingenieros un acta en la que asegura que ellos no regaron ningún veneno, que igual limpiaron todo, y que están exentos de toda culpa.

Eso fue lo que hizo Texaco: regó la selva con residuos de petróleo cargados de productos cancerígenos y luego obtuvo un certificado de Petroecuador de que había dejado todo muy limpio.

Ahora la empresa anuncia que si las comunidades del Oriente le ganan el juicio por daño al medio ambiente, lo que harán sus abogados será demandar a Petroecuador, para que sea el Estado (es decir nosotros, los contribuyentes), los que paguemos.

El envenenador de ratas enjuiciará a la autoridad que lo exoneró para obligarlo a pagar a los vecinos quejosos.

Espero que no lloren con estas historias tan tristes. No serviría de nada. Hagámonos a la idea: se derrumba el viejo Ecuador de las viejas oligarquías, hecho trizas por la aplanadora de la globalización; su lugar es ocupado por los nuevos e insolentes mayordomos del libre comercio y de las corporaciones internacionales.

Ellos quieren ser los nuevos dueños del país. ¿Se lo permitiremos?