“Odiabas las labores de aguja. Decías que era un símbolo de la sumisión de la mujer. Nunca quisiste pasar una tarde conmigo, cosiendo y hablando de cosas íntimas. Te clavo, madre. Con mi aguja de plata. No es solo dolor. Es algo más, un gozo oscuro. Tu rostro viene hacia mí. Una Furia. La melena negra y rizada flotando. Los mechones convirtiéndose en serpientes. ¡Medusa! El sonido de un grito que viene desde la nada. Mi voz. Mi odio. Mi añoranza, mi incomprensión, mi soledad. Mi sangre”.

La voz que nos estremece es de Aline, madre del pintor Paul Gauguin, en Madame Gauguin (F. Jarque). Hija de la feminista Flora Tristán (Madame-la-Colère para Vargas Llosa en El paraíso…), Aline sufría su abandono. Ungida como la mujer-mesías de la Unión Obrera, para Flora “la falta de fe, de amor, pone entre mi pobre hija y yo un muro de hierro”.

Maternidad sin velos

El diplomático peruano M. Tristán, padre de Flora, muere sin regularizar su matrimonio, teniendo ella cuatro años. Luego su madre la casa con un maltratador. En Peregrinaciones de una paria, escribe: “Ah madre mía (…) el cúmulo de males que has amontonado sobre mi cabeza es demasiado pesado para las fuerzas de una sola criatura”.

Y es que la relación madres-hijos siempre produce estragos. “El papel de la madre es el deseo de la madre (…). Es estar dentro de la boca de un cocodrilo” (J. Lacan). Así como el animal protege a las crías en sus fauces, pudiendo en potencia engullirlos, la madre podría devorar a los hijos si el padre, o quien haga la función de orden, no coloca simbólicamente un palo en su boca, prohibiéndole “reintegrar su producto”. Madres en exceso queriéndolo todo para sí (¿no decimos ‘te como’, ‘es de comérselo’?). Padres que fallan, por estructura, al no reconocer a la mujer como causa de su deseo, relegándola a madre, entrampándose ambos sexos.

En El tiempo de las moscas (C. Piñeiro), una mujer comenta que al ponerse el bebé en brazos desaparece toda duda. Otra opina con humor negro: “El asunto no es que te pongan el bebé en brazos, el asunto es que a partir de entonces ya nadie lo retira”.

L. Meruane en Contra los hijos, advierte del regreso al rol doméstico. Pero, más allá de los festejos por el Día de la Madre, se observa que la mujer que hay en cada madre tiene mayor espacio (estudia, trabaja, fiestea). El proyecto de la modernidad implica pasar de la sociedad patriarcal (prohibición y tradición) a la sociedad del permiso, líquida, impulsada por la declinación de la función paterna, derechos conquistados y el capitalismo extremo que exige producir y consumir. La maternidad se devalúa, ya no es ‘el destino’.

Talón de Aquiles

Hay mujeres que no quieren hijos o los demoran, por desempleo o por hacer parte del mercado sin contar con apoyo familiar o estatal. Países con población envejeciente premian a quienes los tengan o reducen requisitos para la migración, buscando la reproducción generacional.

En este interregno, ¿qué nuevas formas de estrago surgirán, siendo este una estructura irreparable? ¿O al cambiar los vínculos de poder en la modernidad cambiaría la estructura? ¿Es nuestra relación con la madre patria también un estrago? (O)