Hace 249 años, en la ciudad de Filadelfia, era un 4 de julio cuando 56 hombres se reunieron para firmar un documento que desataría una revolución que sigue impactando hoy. Conscientes de que podían perderlo todo –sus tierras, su libertad, incluso sus vidas–, decidieron algo mayor: apostar por un futuro que aún no existía.
No tenían garantías. Tenían visión. Tenían coraje. Entendieron que había momentos en los que el precio de no actuar era más alto que cualquier riesgo.
Aquella firma, estampada en Filadelfia, no solo fundó un país llamado los Estados Unidos de América –separándose del Reino Unido de Gran Bretaña–. Fundó la idea de que el futuro puede escribirse. Fue un acto de estrategia en su máxima expresión: identificar un propósito común, redactar una declaración clara y potente, y romper vínculos que impedían avanzar.
Pienso en cuántos países, empresas, líderes o personas necesitan hoy su propia “Declaración de Independencia”. Independencia de creencias obsoletas que limitan la innovación. Independencia de negocios que drenan recursos y energía sin crear valor real. Independencia de miedos, hábitos o dependencias que frenan el crecimiento. Independencia de formas de liderazgo autoritarias que impiden construir confianza y colaboración. Independencia de visiones de corto plazo que sacrifican el futuro por resultados inmediatos.
Este evento histórico de nuestra América traído al presente nos recuerda que la historia no la escriben los que esperan. La escriben los que se atreven a firmar su independencia y a construir lo que parece imposible.
Y lo mismo ocurre en el mundo de los negocios. En la práctica profesional de consultoría estratégica hemos aprendido que declarar no es solo hablar: es comprometerse con lo que queremos lograr. Hemos aplicado los hallazgos de varios autores sobre la importancia de las declaraciones.
Humberto Maturana, biólogo y filósofo chileno, nos enseñó que el lenguaje no solo describe realidades, sino que las crea; declarar es comprometerse con el futuro que queremos construir.
Steven Pinker, psicólogo y lingüista cognitivo canadiense-estadounidense, nos recuerda que el lenguaje es también una ventana a la mente humana y a la forma en que entendemos y negociamos nuestra realidad.
Finalmente, Ed Morrison, creador del hacer estratégico , nos enseña que declarar compromisos explícitos es lo que convierte las conversaciones en acción y la estrategia en resultados concretos.
En definitiva, declarar la independencia es un acto estratégico. Es el momento en que se decide dejar atrás lo que limita y dar forma a lo que está por venir.
Quizás hoy, más que nunca, Ecuador necesita su propia declaración estratégica: unirnos en propósito y decidir construir el país que soñamos. Y esto no es solo tarea del Gobierno, es un compromiso que toca también a cada ciudadano, a cada líder en su entorno. Porque las verdaderas transformaciones empiezan cuando nos atrevemos a declarar lo que debemos dejar atrás. (O)